Ya casi nadie cree en las sirenas. Pero al menos mi sobrina Alba, sí. Hace unos días, espoleada su imaginación por el nombre de la playa a la que íbamos cada día a bañarnos y a ver pececillos, oí que preguntaba a la hora de la siesta: “tito Marc, ¿dónde están las sirenas?”. Su tío, racional como él solo, le dice que no se puede, que como mucho se pueden ver las muñecas como la que tiene en la mano -una barbie con cola de sirena-, o las de dibujos animados. Alba pone cara de cansancio, como si la estuviéramos tomando por tonta o nos hubiera explicado lo mismo cien veces, y le suelta: “que no, tito… Esas no… ¡¡Yo digo las de verdad!!”
Los últimos que creyeron en estos seres fantásticos fueron los marineros que surcaban el mar del Cabo de Gata, concretamente a la altura del Arrecife de las Sirenas, puesto que creían escuchar sus cánticos, aunque en realidad eran los sonidos emitidos por las focas monje que habitaban en estas costas como uno de los últimos reductos de la Península Ibérica, hasta que finalmente la mano del hombre las hizo desaparecer totalmente en los años 60.
Sean las sirenas, las corrientes atlánticas, la costa agreste o los vientos, lo que sí es cierto y que muchos no saben es que una grandísima cantidad de barcos se hundían en esta zona de España. Este Arrecife de las Sirenas, y sobre todo la Laja, el peñón que sobresale enfrente del Faro de las Sirenas como un colmillo negro lleno de espuma y de rabia, es el responsable del hundimiento del Arna, entre otros.
Eran las cinco y media de la tarde del 16 de febrero de 1928 -curiosamente solo unos meses antes del crimen del Cortijo del Fraile– cuando el vapor checo chocó contra la Laja. Iba de Argelia hacia el Reino Unido, cargado de hierro en sus bodegas y con sus 33 tripulantes. A esa hora, toda la tripulación se encontraba en sus camarotes. De pronto, la colisión se produce y las escenas de pánico se multiplican, sobre todo tras la evaluación de los daños. La bodega 2 se inunda. El barco estaba perdido.
El Arna, llamado así por Arnoštka Zdenkovič, la hija del armador, fue hundiéndose poco a poco, hora tras hora, en una muerte lenta e inexorable en este litoral de las sirenas. Finalmente se rindió, bajó 40 metros al fondo del mar y quedó escorado a babor.
“El Vapor”, como lo llaman los lugareños, es ya un barco fantasma que descansa desde hace casi 90 años a una milla del faro. Dicen que tardó varios días en dejar de verse sobre las aguas. Las sirenas, las que imagina Alba, lo hundieron esta vez con un abrazo largo y prolongado. Los marineros no las vieron; cuando huyeron en los botes ninguno de ellos volvió ya la vista atrás.