Que no se diga que China no es una tierra de oportunidades. El ejemplo más fascinante se halla en el controvertido personaje de la emperatriz Cixi, que una vez fue una niña manchú de origen humilde que sus padres acabaron vendiendo para que formara parte del harén del emperador, Xianfeng, y así, entre otras 60 concubinas, la joven se labró un futuro por su cuenta.
Respondía al nombre de “Pequeña Orquídea”, pero cuando entró en la Ciudad Prohibida se le adjudicó el de Ci Xi, que quiere decir “Virtuosa”. Podría haber pasado desapercibida entre tantas jóvenes, pero Cixi estaba cansada de la infancia tan difícil que había tenido, siempre compitiendo con sus hermanas y mendigando amor, y esta experiencia la curtió y le endureció el espíritu, enseñándole a pelear por las cosas que ambicionaba. Su suerte cambió el día en el que el emperador la oyó cantar, así que pidió conocerla -o sea, que la trajeran a su alcoba-, y tras unas cuantas visitas al lecho real acabó por darle un hijo, que para su fortuna fue varón. La madre del futuro emperador subió rápidamente de rango, y como además había aprendido a leer y a escribir de manera autodidacta, pronto se encontró opinando en las cuestiones de estado.
El resto es una historia de conjuras palaciegas, estrategia y alianzas. Cixi se convirtió en emperatriz regente durante muchos, muchos años. Paseamos ahora por el Palacio de Verano, que está indisolublemente unido a su recuerdo, puesto que fue esta carismática mujer la que lo reconstruyó tras su destrucción durante la II Guerra del Opio. Con un gran lago artificial, templos, pagodas, teatros y un largo corredor de 750 metros concebido para que la emperatriz pudiera recorrer sus jardines sin preocuparse de las inclemencias del tiempo, ahora está considerado Patrimonio de la Humanidad.
Si te sales del circuito trillado por los grupos de turistas puedes perderte por rincones asombrosos. Al final de la tarde, los pájaros bajan de las copas de sus árboles centenarios, la vista puede fijarse con atención en las enormes raíces que resquebrajan el pavimento, y la mente puede viajar por cualquiera de las muchas historias antiguas que aparecen representadas en las pinturas de sus techos de maderas azuladas. Dicen que por aquí paseaba la primera emperatriz que tuvo el Palacio, una gran amante de los cuentos tradicionales chinos. Un día y otro y otro pedía que se los recordaran, y finalmente mandó pintarlos para no olvidarlos nunca.
Por estos pasajes casi laberínticos en los que a la caída del sol asciende el olor fresco y húmedo de la hierba, caminaron muchos personajes de la realeza. Pero a mí me llama la atención la figura de Cixi, llamada también la Emperatriz Dragón, que retratan como si fuera una especie de Cersei manipuladora y poderosa, la reina bella y letal de Juego de Tronos. Así, de Cixi se ha dicho toda clase de cosas, y algunas barbaridades. Parece ser que se gastó el presupuesto de la marina en la reconstrucción del palacio, que aquí confinó a su sobrino, el emperador Guangxu, porque sus reformas no eran de su agrado, y que dilapidaba enormes fortunas en sus fiestas de cumpleaños. Pero las malas lenguas hablan también de su amor por uno de sus eunucos, su gran apetito sexual y la leche materna que bebía para mantenerse joven. Mentira o verdad, lo cierto es que después de muerta sus detractores continuaron vilipendiándola. Profanaron su tumba y se llevaron sus joyas; dicen que su cuerpo estaba incólume, y que el secreto era una enorme perla que escondieron en su boca, que acabó siendo adorno en el zapato de una de las mujeres de los bandidos.