Tango (Cia CobosMika) from CLUC on Vimeo.
Hacía tiempo que teníamos compradas las entradas para el espectáculo de danza al que asistimos ayer en el SAT!, el teatro de Sant Andreu, que se está convirtiendo en una de las salas alternativas más importantes de Barcelona para las artes escénicas. Fue inevitable recordar las crónicas y críticas de danza que escribía hace varios años; un día se me ocurrió comentar que hice mis pinitos como aspirante a bailarina, y a partir de entonces se me asignó -con gran regocijo por mi parte- esta tarea. Anoche se me acumulaban estos pensamientos mientras las luces se apagaban y los músicos aparecían en escena: dos violines y una viola; un violoncello, un piano y un contrabajo. Junto a ellos, tres personas sentadas inmóviles en sus sillas.
Tango se anunciaba como un homenaje a Astor Piazzolla, una propuesta que idónea ahora que se cumplen 20 años de la muerte del compositor. Cuando hay una efeméride así es normal que músicos, coreógrafos, cantantes o incluso escritores insistan en inspirarse en la figura en cuestión, algunos de manera más acertada que otros: siempre hay quien lo presenta de manera forzada. En el caso de la compañía CobosMika, me pareció que realmente lo estaban homenajeando de verdad, puesto que la música del maestro es la auténtica protagonista del espectáculo. Los bailarines se enfrentaron, durante 60 minutos, a la difícil tarea de dotar de contenido al universo Piazzolla, pero su puesta en escena no eclipsaba las notas poéticas, pasionales o sentimentales del maestro. Un ejemplo de ello fue el hecho de que los bailarines esperasen sin mover un músculo hasta que acabó la primera pieza que interpretan los músicos. Así, los primeros minutos del espectáculo dejan que el imaginario del artista se esparza por la sala, además de conseguir de esta manera crear expectación.
Una vez que los tres bailarines entran en escena, los movimientos se suceden rápidos, ágiles, perfectamente coordinados. A veces tienes la impresión de que te hablan de amistad, otras veces ves el paso del tiempo, la vida que fluye cuando los bailarines cruzan de un lado a otro el escenario; pero, por encima de todo, tienes la certeza de que hay, como casi siempre, una historia de amor. Con una escenografía desnuda y un vestuario sencillo a más no poder con el que pasarían desapercibidos entre los transeúntes, como si quisieran conectar con aquellos toques de improvisación típicos del jazz que Piazzolla quería reflejar en sus obras, los tres bailarines nos ofrecen solos, paso a dos y paso a tres mientras sus movimientos se inspiran en el teatro, las artes marciales -recuerdan a la capoeira- o el tango, aunque en estos últimos eché en falta que no se detuvieran más.
Ahora acabo estas líneas apurando las horas del fin de semana, soñando con el próximo espectáculo mientras pienso en soledad y escribo acompañada por la lluvia. Como hubiera cantado Piazzolla si estuviese tocando ahora Los paraguas de Buenos Aires, “Pienso en quien vuelve hacia su casa / y en la alegría del frutero /y, en fin, lloviendo en Buenos Aires sigue, / yo no he traído ni paraguas, llueve, llueve.»