-Bye!, byeee..!
Vamos conduciendo una bicicleta tándem por los caminos de los alrededores de Yangshuo. Los campesinos pasan a nuestro lado guiando a sus vacas y búfalos, nos sonríen, y algunos incluso nos dicen adiós en inglés, que es una palabra que en dos décadas de turismo internacional ya han conseguido aprender.
Por el camino pasamos por arrozales, huertos y pequeñas aldeas en las que las gallinas corretean a sus anchas. Esquivamos a las motos, los carros y las viejecitas que soportan como heroínas los pesados fardos de leña sobre sus hombros. Una de ellas me mira cuando paso a su lado y me detengo a descansar. Se asusta de mi cara colorada, y me hace señas para que compre agua unos metros más allá. Las abuelas siempre tan atentas; son igual de compasivas, como dice la expresión, aquí y en Pekín…
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Hoy nos hemos decantado por alquilar una scooter eléctrica. Con la bici hicimos algo más de 15 kilómetros, pero el pobre cacharro se quejaba tanto con los baches que parecía que iba a pasar a mejor vida en cada asalto. Con suerte, en media hora lograremos ver el río Yulong, al que llaman también “pequeño río Li”. Este recorrido es aún mejor que el de ayer. Nos acompaña la vegetación verde frondosa, y las montañas escarpadas a lo lejos. Cada vez que pasamos por un cruce, los lugareños nos señalan el camino en su idioma imposible. Por suerte sólo tenemos que seguir la dirección de su brazo.
Aquí estamos. La orilla del Yulong, que en chino significa «dragón de jade». Un remanso de paz en el que sólo se escuchan los juegos de unos niños. Paramos la moto y nos acercamos a curiosear. Son dos pequeñas que se divierten chapoteando en el agua. Al vernos, parecen sorprendidas. “Hello!, hello!”, nos gritan. “Nihao!!”
Los padres han salido de la sombra para ver a qué se debe tanto jaleo. También nos sonríen, y como ven que no nos podemos comunicar más, vienen a nuestro encuentro.
La madre y una tercera hermana mayor, que debía tener unos 15 años, han venido a sentarse junto a nosotros bajo la sombra de un enorme árbol. Conversamos, y nos cuentan que han venido de vacaciones a Yangshuo, uno de los destinos preferidos del turismo nacional. Nos preguntan que cuántos días estaremos por China, y cuando le comentamos que en España tenemos un mes de vacaciones, se sorprenden aún más. En este país sólo los estudiantes pasan el verano de asueto; el resto de los mortales debe conformarse con los fines de semana.
Cuando va poniéndose el sol tenemos que despedirnos. Estamos haciendo una ruta circular, y debemos regresar al pueblo antes de que anochezca. También debemos estar atentos a no quedarnos sin batería para la moto. Ellas prometen escribirnos si vienen a España.
Seguimos el curso del río, que como casi todos los accidentes geográficos en China, tiene su leyenda. Dicen que su origen está ligado a un dragón que vino del Mar del Este surcando el cielo y que se enamoró de los paisajes de Yangshuo. Así que replegó sus alas y se enroscó sobre sí mismo, formando los meandros del que ahora es el río. La leyenda aún va más allá, y narra cómo aún algunos campesinos pueden ver todavía a la bestia en las aguas.
Ante nosotros, los únicos dragoncillos que se dejaron ver fueron las dos niñas desvergonzadas que chapoteaban en la balsa de bambú. Curiosas y divertidas, no hacían más que decirnos cosas que no conseguíamos entender. Lo único inteligible eran sus risas, que aún nos acompañaron bastantes metros mientras nuestra scooter levantaba el polvo del camino.
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Hoy es nuestro último día en las tierras de Yangshuo. Por primera vez en los diez días que llevamos en China, llueve. Toda la noche nos ha acompañado el tamborileo de hojalata del aguacero, que esta mañana nos ha dejado ver el paisaje de picos calizos desde otro punto de vista. Ahora el sol debe estar escondido en alguna de las muchas grutas mágicas de esta provincia eminentemente rural. El hormigueo constante de lugareños montando en sus motos eléctricas ha concedido un respiro, y la calle Oeste, siempre llena de turistas atraídos por las tiendas de souvenirs, luces de neón y el amplio surtido gastronómico de sus bares, parece decirnos adiós con una humilde sinfonía de niebla y agua. Hay vendedores que desafían con estoicismo el chaparrón, mientras otros no tienen más remedio que cruzar la ciudad -con la escasa protección de sus motos con paraguas- para abrir un día más sus comercios.
La vida sigue su curso. Nosotros ya hemos hecho las maletas y volvemos una vez más al norte, a Beijing. Un pasito más cerca de casa.