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Terremoto de conciencias. Recordando el terror

Foto: EFE

Foto: EFE

 

Se acaban de cumplir 80 años del golpe de Estado que triunfó parcialmente en España y que vino seguido de la guerra civil. En algunos municipios se celebran conferencias y exposiciones temáticas, en otros me temo que pasará desapercibido.

He tenido tiempo de pensar estos días en ello, mientras repasábamos las noticias de actualidad y comprobábamos cómo el terror siempre vuelve -el atentado de Niza, los atentados y fallido golpe de Estado en Turquía-, y ya no sabemos ni cómo actuar. Poner una bandera francesa en el Facebook me parece insuficiente. Y está bien que los políticos condenen la barbarie, pero… ¿no habrá que hacer algo más?

Hay que compartir información. Y a veces no será políticamente correcta. Podemos empezar por preguntarnos qué hay detrás del presunto golpe de Estado turco. Por qué hay tantos jueces detenidos. Por qué hay gente que condena muy fácilmente ese suceso y no lo que pasó en España.

Foto: RTVE

Foto: RTVE

 

Nos está ganando la partida el terror. A mí también.

En el aeropuerto de Estambul, cuando veníamos hacia Japón, hubo un suceso que me hizo darme cuenta de que los terroristas ya habían logrado sembrar el miedo, la desconfianza, el radicalismo… Estábamos sentados esperando embarcar, cuando de repente un hombre con la cara descompuesta se puso a gritar en medio de la sala:

Whose bag is this? Whose bag is this? WHOSE bag is this!!??– El último grito sonó a súplica. Hacía un par de días que ese mismo aeropuerto había sufrido un atentado por parte de los radicales islamistas.

En efecto, había una mochila abandonada en medio del aeropuerto. Nadie respondió a su pregunta, y se hizo un silencio de hielo, seguido por una estampida de personas que se alejaron discretamente del lugar.

Foto: CNN

Foto: CNN

 

Estoy releyendo a Amin Maalouf y sus Identidades asesinas, porque me parece que viene muy a cuento para entender qué está pasando en estos tiempos convulsos. Hay una frase que me parece interesante para reflexionar:

Suele concederse demasiado valor a la influencia de las religiones sobre los pueblos y su historia, y demasiado poco a la influencia de los pueblos y su historia sobre las religiones”.

Desde luego, no está justificando la barbarie que se pueda hacer en nombre de Alá; lo que nos está diciendo es que pensemos qué hay detrás del fanatismo. A veces hay guerras injustas, apropiación de los recursos naturales del territorio, venta de armas, muerte de civiles… Por eso, combatamos el fanatismo religioso, sí, y dejemos de justificar más guerras; concedámosle más recursos económicos a la educación y, en general, no dejemos que haya gente que no tenga nada que perder. Porque esos son los más peligrosos.

El servicio de Shinkansen fue temporalmente suspendido por el terremoto en Tokio.

El servicio de Shinkansen fue temporalmente suspendido por el terremoto en Tokio.

 

Estos días en Tokio también hemos experimentado un terremoto. Ha sido leve y ha durado unos segundos, un temblor que he sentido en las plantas de los pies, mientras nuestro pequeño bungalow prefabricado se movía. Le dije a Marc:

-¡Es un terremoto!

-No es un terremoto, será un tren.

Yo sabía que era un terremoto, porque el latigazo me venía de abajo, del mismo infierno…

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El último verso en Colliure

2011-06-13 Colliure (12)

Hace ya un año que escribí este título en un archivo de mi ordenador. Lo escribí porque un día se me vino a la cabeza y me pareció representativo de lo que sentí cuando visité esta pequeña localidad del Languedoc-Roussillon francés. Lo escribí y dejé el archivo en blanco; así, sin más. Sabía que un día debería rellenarlo con letras, con recuerdos, con memoria. Aunque ese día aún no ha llegado, lo he tomado prestado porque ayer se cumplieron 75 años de la muerte de Antonio Machado en el exilio, y estos últimos meses he estado pensando mucho en él y en la efemérides de la guerra.

Fui a Colliure esperando encontrar no sé qué. Ya no queda prácticamente nada del paso del poeta por esta localidad costera, que por otra parte, es un buen sitio para morir. Condujimos hasta Colliure y nos quedamos a pasar el día, gratamente sorprendidos de que no nos la hubiéramos imaginado tan bonita. La verdad es que cuadraba muy bien con el estilo de vida machadiano: un lugar acogedor, ambiente pueblerino y amable, sin pretensiones. Y la belleza de la naturaleza en toda su plenitud, en esta ocasión, lejos de los campos de Castilla y la huerta catalana, pero con la fuerza majestuosa del mar. Y la luz de Andalucía.

Me he estado acordando de la fortaleza de Colliure, de donde salieron los soldados presos que custodiaron el féretro del poeta hasta el sencillo cementerio. Allí los pasos, tarde o temprano, nos hacen pasar también por delante del Hotel Quintana, decrépito y triste. Entre sus desconchadas paredes ocurrió todo lo importante: los últimos días de un lastimoso periplo, los gestos solidarios de personajes como Jacques Baills o Madame Quintana, los últimos versos que escribió Machado, que a las puertas de la muerte pensaba en Guiomar, en Hamlet y en Estos días azules y este sol de la infancia: un último alejandrino para despedirse del mundo.

El hotel está cerrado a cal y canto, y quizás algún día se convierta en museo. Pero por ahora es un lugar que inspira lástima, igual que su tumba diminuta, aunque siempre haya flores y un puñado de mensajes y poemas anónimos. Hoy he leído que el consejero andaluz de Educación, Cultura y Deporte, Luciano Alonso, ha expresado su deseo de que los restos mortales del poeta regresen a Sevilla, su ciudad natal. Palabras hueras y vacías de quien no tiene nada que decir. Ni caso. A Machado que no se lo lleven de Colliure, que no le levanten ahora monumentos ni estatuas ni le pongan un gran panteón en el Cementerio de San Fernando.

Hoy, que hace 75 años del entierro, han culminado los actos conmemorativos en la localidad francesa: unas flores, alguna conferencia y lectura de poemas. Ningún representante del gobierno español. Lo prefiero. Hay que ir a Colliure para comprender el drama de los exiliados, el olvido con el que en este país nos lamemos las heridas de la guerra. Y esta especie de peregrinación hacia nuestro pasado, esta veneración con la que el pueblo ama a su poeta -viejos que aseguran que lo conocieron, profesores que le llevan a sus alumnos, mujeres que le consiguen flores frescas- es el único reconocimiento que me resulta plausible. A quien pueda, que lo visite en Colliure, donde el viento que te golpea en la cara, mientras te sientas en un malecón a ver el mar, te recuerda sus palabras: “Quién pudiera vivir ahí, tras una de esas ventanas, libre ya de toda preocupación”…

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