De todo lo que nos ha pasado hoy, me quedo con la visita al templo Fushimi inari-Taisha, uno de los lugares más especiales de Japón. Está en las afueras de Kioto, sobre una colina, y para recorrerlo hay que poner a prueba las piernas, puesto que el recorrido son varios kilómetros de un camino empinado bajo el túnel que dibujan los miles de torii rojos que van delimitando el camino. Cada una de estas columnas de madera de color bermellón han sido donadas por un hombre de negocios de Japón, o por una familia, para pedir buena fortuna a los dioses.
Normalmente está atestado de turistas, pero la suerte nos sonríe, y hoy ha empezado a llover cuando estábamos subiendo las escalinatas. Si no te desanimas por este pequeño inconveniente y continúas el ascenso, los dioses te recompensan, y así me ha parecido cuando he llegado a la cima y nos hemos sentado para ver las vistas de Kioto y recobrar un poco el aliento…
Entonces ha aparecido un anciano, aún no sabemos de dónde, y se me ha acercado sonriendo. Ha sacado de su bolsillo un papel verde muy bonito, y me ha dicho despacio: “ori-ga-mi”. Y yo, que no podía creérmelo, he repetido, como un bebé: “o-ri-gaa-mi”. Le asentía con la cabeza, como queriéndole decir: “sí, sí, sé lo que es”. El hombre ha sonreído nuevamente y se ha arrodillado delante de mí, como un caballero antiguo que jura protección a su señor. Durante los siguientes minutos ha doblado el papel una y mil veces, por la mitad, por los cuartos, por las esquinas… Pero nunca sin cortarlo ni pegarlo, ya que eso está fuera de toda técnica del origami.
Al final me ha dicho que tire de los dos extremos, y entonces… voilà! Ha aparecido una hermosa grulla verde, perfecta. Le he dicho “arigato”, “arigato”… y se la he enseñado a Marc, que discretamente me estaba haciendo fotos.
Corriendo he buscado en mi guía la traducción de una frase que me interesaba pronunciar: “¿cómo se llama usted?”. Quería dejar constancia aquí su nombre, por regalarnos su tiempo y su arte. Pero cuando la encontré el hombre ya no estaba. Nos asomamos al sendero 1, al sendero 2 y al sendero 3, y la única explicación es que hubiese retrocedido por el mismo camino hacia el inicio. Desandamos el camino, pero ya no lo vimos.
Nos suelen pasar cosas como estas. Cosas maravillosas y un poco misteriosas, si se quiere. Cuando hemos llegado al apartamento me he sentado en el tatami en el que dormimos y he buscado información sobre el arte del origami. Entonces descubro que cuando alguien te regala una grulla de papel quiere decir que te desea salud, bienestar, felicidad y prosperidad. Te la pueden regalar en cualquier momento, pero especialmente cuando te casas, cuando tienes un bebé o cuando estás enfermo y te desean que te pongas bueno. Se la puedes regalar a alguien que quieres o es importante para ti, dicen.
Esto me ha emocionado. Me ha parecido muy bonito que tan buenos deseos provengan de un desconocido sin que se espere nada a cambio. He reflexionado sobre esto cuando ya hemos vuelto a Kioto, mientras desplegaba mi grulla y la contemplaba sobre la mesa, y nos tomábamos un té mientras afuera llovía sobre el río Kamogawa.
Para ti esta foto de la grulla, Conxita, para que tengas una pronta recuperación.