Archivo mensual: septiembre 2013

La historia de Berik. El escalofriante legado de la era nuclear

berik

Todavía estoy conmovida por el documental Hijos de la guerra atómica, que La 2 emitió el pasado 19 de septiembre por la noche. Después de que pasaran tres años sin tener televisión en casa, la incorporación de este pequeño electrodoméstico la recibimos con calma, con la cabeza fría, y ahora la encendemos con cautela y muy selectivamente, porque no queremos perder el premio del silencio en nuestro salón. Sin embargo, el jueves nos encontrábamos viendo un reportaje en La 2 –Planeta Humano, muy recomendable también- y al acabar me quedé petrificada con el testimonio que inauguraba el siguiente programa. Berik Syzdikov, una de las muchas víctimas de las pruebas nucleares que Rusia llevó a cabo en la zona de Kazajistán conocida como El Polígono, aparecía en pantalla con sus ojos enterrados por culpa de varios tumores que deformaban su cara.

La primera reacción fue apagar la televisión. Confieso que de un tiempo para acá sufro una especie de desencanto por el periodismo, tan saturada como estoy de reality shows, de medios de comunicación al servicio de los poderes; me cansan las portadas sensacionalistas con muertos en primer plano, las notas de prensa de copiar y pegar para dar un pésame, los famosos que hacen de tertulianos y los contratos basura de esta profesión.

El rostro de Berik me llevó a pensar otra vez en el morbo, y quise mirar para otro lado para no seguirle el juego. Afortunadamente, no lo hice, y pude reconciliarme un poco con la verdadera labor del periodista, que es la de informar sobre una realidad y denunciar las injusticias. Me obligué a quedarme allí hasta el final para tratar de comprender, mientras las lágrimas me resbalaban por las mejillas y se me encogía el corazón. Sabía que no lloraba por su rostro deforme, sino más bien por la soledad a la que lo ha condenado un gobierno al que no le importaban sus ciudadanos. Pensé que aquellos dirigentes que utilizaron a los pobres campesinos como conejillos de indias, sometiéndolos a radiaciones cuyos efectos pueden verse todavía hoy, 20 años después, tenían el mismo corazón de piedra que los que tiraron las bombas de Hiroshima y Nagasaki; la misma locura que los que se sintieron llamados a exterminar a su propio pueblo en Alemania, China, Chile…; la misma sangre fría que los que llevan a todo un país a la guerra, y un cinismo muy parecido al de los que mienten sin ruborizarse en el Congreso o los que están metidos hasta el cuello en escándalos de corrupción.

Berik inicia el reportaje dando las gracias a los periodistas por hacerle una visita y por hacer posible que el mundo no se olvide de él. Aunque sólo sea por ese agradecimiento, el documental ya habría valido la pena, así que perdoné a los reporteros que me removieran las entrañas y me sacaran de mi comodidad durante aquellos 40 minutos tan duros en los que el pobre hombre, que tiene más o menos mi edad, intenta tocar la guitarra o el piano y se siente afortunado por salir ese día a la calle. Lloré de rabia, porque no se puede tolerar que los “intereses de Estado” estén por encima del de los ciudadanos. No puedo comprender, ni quiero, los llamados “daños colaterales”, que los políticos manipulen la información escudándose en la “seguridad nacional” o que nos traten como meros números. ¿Será posible que los gobiernos representen tan poco a los ciudadanos?

Muchas veces pensamos que ante esto no podemos hacer nada. Podemos empezar por saber.

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