No sabemos si es una locura, pero hemos cruzado la frontera. Estamos en México por culpa de una noche en el Little Italy de San Diego, donde conocimos a una familia mexicana, esperando para una pizza en el famoso restaurante Sanfilippo’s. Los niños se interesan por el fútbol: otra vez Messi y el Barça, mientras que las mujeres sonríen y entornan los ojos y nos hablan de La Reina del Sur, la telenovela basada en la obra de Pérez-Reverte que en México causó furor. A los más jóvenes les explico cómo se celebra en Barcelona el Día de México, con conciertos, tacos, burritos, enchiladas, y constantes gritos de su lema: “¡Viva México, cabroneees!”
A ellos les divierten mis anécdotas de esa noche de luna llena en el Pueblo Español de Montjuïc, hace ya unos años, iniciándome en el tequila junto a mis cicerones mexicanos Vane, Luis, Tono, Daniel y Rafa. Los hombres, por su parte, nos recomiendan ahora que visitemos Ensenada, que está en plena fiesta de la vendimia. Dicen que hay catas de vinos y quesos y conciertos de ópera en los viñedos. Marc y yo nos miramos; parece que pensamos lo mismo. Él se imagina con la copa de generosos y yo el espectáculo lírico, pero lo cierto es que México nos tienta… Contamos los días que nos quedan para hacer nuestra ruta, analizamos los pros y los contras, y al final, México gana. Estamos ya totalmente a merced de donde nos lleve el azar, el paisaje y la gente del camino.
Hemos parado en un mirador con un cartel de avistamiento de ballenas. Nos sentamos en el malecón a comernos los restos de la deliciosa pizza del Sanfilippo’s, mientras oteamos el horizonte sin mucha esperanza y balanceamos los pies, que miran al mar. El único ser viviente parece ser un hombre sentado en la puerta de los lavabos públicos, así que nos acercamos y le preguntamos por las ballenas. “Ya pasaron, ya pasaron… Las últimas en abril. A veces pasan y está el malecón solo, y otras veces hay algunos afortunados que las ven pasar. Entonces se forma una escandalera, ¿ves?, porque han podido ver estos animalotes”…
Nos despedimos -“que la pasen bien, bye”- y seguimos nuestro camino. Hemos pasado de Tijuana a Rosarito, y de Rosarito, a Ensenada. Ahora ésta última nos recibe con los últimos jirones de una niebla que nos ha acompañado por la costa, con las rancheras en la radio y con ese característico olor a sal de los puertos.
No puede decirse que al principio Ensenada no nos decepcionara. Veníamos buscando una ruta de vinos, pero ni el paisaje era como nos lo habían descrito ni las actividades tan variadas ni los precios tan llamativos. Ochenta dólares por dos copas de vino y un plato de queso nos pareció demasiado, incluso para unos gringos como nosotros. Eso unido a que nos intentaron timar dos veces -la primera lo consiguieron, y la segunda, ya escarmentados, sacamos nuestras calculadoras para hacer el cambio al dolarito– hizo que acabáramos deambulando por el pueblo sin más horizonte que el esperar a que se hiciera de día para poner pies en polvorosa. Pero los pies nos llevaron al puerto, y el puerto nos enseñó el México más alegre, el de los pescadores que venden en los puestos callejeros, el de los músicos ambulantes, los pelícanos pedigüeños y las gaviotas atrevidas; el de los hombres que aparcan sus coches en fila, uno junto al otro, para lavarlos, cada uno con su emisora de rancheritas; el de los tacos rellenos de pescado y marisco, el sushi imposible y la sonrisa de los niños.
Nos montamos en un barco a cinco dólares el paseo. Nos sentimos felices cuando el viento nos da en la cara y el barco salta en medio de las olas. Los leones marinos nos miran, sin vernos, mientras se desperezan sobre las rocas y juegan entre ellos, gruñendo al aire. Cuando nos acercamos otra vez al puerto, oímos los sones de una charanga que nos espera en el paseo. Sólo escuchamos la música, alegre y viva, de verbena de pueblo. Por fin, el barco atraca y la gente se baja; pasamos junto a los músicos, que se esfuerzan por mantenernos, tocan más fuerte, más fuerte, más fuerte… Es entrañable esta charanga. Pero nosotros pasamos de largo, como en Bienvenido Mr. Marshall.
***
Para entrar en México necesitamos un minuto. Para entrar en Estados Unidos, dos horas y buena dosis de paciencia.
Estamos en la cola para salir de Tijuana. Hemos cruzado tramos de carretera en obras, donde cada pocos metros, un hombre secándose al sol nos agita una banderita roja con desgana; hemos pasado puestos militares con soldados que nos apuntaban con sus metralletas; hemos dejado atrás la gran estatua de Jesucristo bendiciéndonos… Dicen que los mexicanos cruzan la frontera con estampitas de santos en los bolsillos, pero que cuando vuelven las han cambiado por las de superhéroes. Los mexicanos siguen cruzando la frontera con esperanza, con desesperación, o con miedo. Esta valla que discurre de forma paralela a nosotros es la frontera con el mayor número de cruces legales en el mundo… y el mayor de cruces ilegales. Entre sus alambres oxidados y su cemento se dejan la vida 250 personas cada año, sueños rotos e historias truncadas que sólo engrosan las frías estadísticas del Gobierno.
Vamos a paso de tortuga por la autovía, donde ahora la nota de color la ponen los vendedores ambulantes. Puedes comprar la prensa, burritos picantes, chicles, tabaco, crucifijos, toallas… Todo sin moverte del asiento. Los vendedores empujan sus carritos, haciendo maniobras imposibles entre la estrecha franja que queda entre coche y coche. Gritan sus mercancías, te dan un golpe en la ventana o esperan a que les inclines la cabeza. Entonces te preparan en un santiamén un buen plato de fruta variada: coco, sandía, melón, pepino, mango. Un poco de sal y limón por encima y ¡listo!, ya veo por el espejo retrovisor que la chica, contra todo pronóstico, nos alcanza.
Por fin estamos pasando por la garita. Me ha tocado conducir a mí este tramo, así que bajo la ventanilla y espero, resignada, el interrogatorio.
-Pasaportes, por favor.
-Aquí tiene.
(Un minuto de silencio porque el policía nos mira, alternativamente, a nosotros, las fotos de los pasaportes, y otra vez nosotros)
-¿De dónde vienen?
-De Ensenada.
-¿A dónde van?
-A San Diego.
-¿Y luego?
-Al norte, a San Francisco.
-¿Y este coche?
-Es alquilado.
-¿Cómo dice?
-Que lo alquilamos en Albuquerque, Nuevo México.
(Intento aparentar seguridad, pero la cara del policía no me está gustando)…
-No pueden pasar los Estados Unidos, necesitan un permiso especial.
-¿Se refiere a la ESTA? Sí, lo tenemos. (Se lo enseño triunfante).
El hombre se mira y remira el papelito, y al ver que aterrizamos en Nueva York, se rasca la cabeza y vuelve a la carga.
-¿Y dice usted, señorita, que rentaron el coche en Albuquerque?
-Eso es.
-¡Pero no lleva placa!
-Sí que lleva, estos coches sólo ponen la matrícula detrás.
El policía sale de su garita y se mira el coche por todos lados. Cuando ya ha dado una vuelta de 360 grados, dispara otra vez:
-¿Qué día llegaron a los Estados Unidos?
-El día 1.
-¿De qué mes?
-De… agosto. (¡Mierda! Ya me ha hecho dudar).
-¿Y han comprado algo en Ensenada?
-Sólo un plato para un amigo, un recuerdo de la Baja California…
Intento buscar su empatía, arrancarle una sonrisa, pero sigue con la cara impasible; me hace esperar todavía un minuto más, y al final me devuelve mis papeles, dobladitos, dentro del pasaporte. No me dice ni que sí que no, pero yo ya he interpretado que puedo continuar, así que resoplo, aliviada, y me alejo de este sitio sin alma…
Voy pensando que somos unos privilegiados que hemos cruzado la frontera hacia el sueño americano, unos trotamundos que siguen la llamada del asfalto, unos enganchados a la carretera… Enciendo la radio y pongo música en lata; piso el acelerador y, por fin, me relajo, mientras Marc sigue el vuelo de un helicóptero de combate y mi cabeza baila al ritmo que me marca Britney Spears.
Ja t’he trobat Marisa! M’agrada molt com expliques les històries… es nota que t’agrada! Ets una somiadora eh… Ja tinc ganes de llegir com descriuràs San Francisco i Yosemite… Per cert, què tal els préssecs i el pa?
Encantada d’haver-te conegut, i més en aquesta aventura!
Ja sabeu on sóc, per si voleu tornar a passar per SB…
Et continuaré llegint…
Gràcies!! No saps la il·lusió que em fa… Nosaltres també estem encantats d’haver passat aquell dia tan intens a San Francisco amb tan bona companyia… Els préssecs, super dolços, i el pa també molt bo, merci! Petons per a tots tres!!!!
Ei, moltíssimes gràcies!! M’animeu a seguir, sou els meus incondicionals!!! 😉
cad dia conec més la Marisa, gràcies als seus escrits. Jo crec, sense passió (), que es mereix una columna a la Vanguàrdia !!!
Que tal??!! Quina aventura aquesta de Mexic! Marisa ets lo puto krac redactant!