Fin de la ruta 66: ¡El saludo a California!

Nos hemos quedado sin gasolina en pleno desierto de Mohave. La única estación de servicio en esta zona, durante millas y millas, es la vieja gasolinera de Amboy. Mientras Marc charla con el empleado -le está explicando que nos cobrará casi un 50% más por rellenar el depósito, ya que el coste de traer los tanques hasta este lugar tan remoto debe imputarse en el precio-, yo me dedico a curiosear los alrededores. Junto a la gasolinera, hay un motel abandonado y con aspecto un tanto tétrico que sin embargo fue muy conocido en su época. Se trata del Roy’s Motel and Café, que vivió su época de esplendor durante los años 40. Tal era su éxito, que los dueños tenían que ir a buscar empleados en otros estados, porque no daban abasto. Pero ahora aquellos días de actividad frenética parecen muy lejanos. Pueden verse las habitaciones, puesto que las puertas se han dejado abiertas, y muchas de las ventanas tienen los cristales rotos. Dentro no hay nada, sólo basura. Más adelante está la recepción, que sí que se conserva con algo más de cuidado: un impecable sofá de la época y un mostrador en una estancia luminosa y amplia. Al lado, el comedor familiar. Pego la nariz al cristal y veo una mesa rodeada de sillas. Está la vajilla puesta, cada plato con su cubierto y su taza. Pienso que no me sorprendería escuchar ahora una voz femenina llamando al marido y los hijos, enfadada porque no vienen a tomar el té…

Arrancamos de nuevo. Cruzamos el desierto y volvemos a toparnos con otra hilera de enormes vagones. Marc se la queda mirando, como siempre. “No me importaría ser conductor de tren”, me dice. Ya está tocado, aunque no lo sepa, por el virus aventurero del romanticismo.

***

En Barstow nos alojamos, cómo no, en el Motel Route 66. La recepción es tan pequeña que no cabemos los tres juntos: Marc, la maleta y yo. Una campanita ha sonado cuando hemos traspasado la puerta, así que esperamos que venga la dueña mientras repasamos las fotos antiguas que empapelan el mostrador y las paredes. Aparece Mridu Shandil, y nos acaba contando su vida.

Nacida en la India, vino a América siguiendo los pasos de su padre, que tenía una franquicia. Ya son 42 años en esta tierra de acogida, en la que ella ha puesto, junto con su marido, tantas ilusiones. Se muestra orgullosa de lo que ha trabajado en su vida: de cómo ha levantado el hotel, de cómo ha criado a un hijo que ahora es productor de cine en Hollywood, de cómo su marido y ella, junto con un pequeño comité, han creado el museo de la ruta 66 en Barstow… Tiene ganas de charlar y de que vengan los visitantes en tropel. Al día siguiente hacemos unas cuantas fotos a los coches de época y los dejamos a ambos en la pequeña recepción, repasando fotografías antiguas y álbumes de recuerdos.

***

Hemos seguido la ruta 66, paso por paso, hasta llegar a San Bernardino. A partir de aquí, hemos tenido que tomar una decisión: o la acabábamos, como está estipulado, en Los Ángeles, o nos volvíamos a desviar. Nuestro anfitrión de Albuquerque nos recomendó que fuéramos a visitar San Diego, que está mucho más al sur. Y la verdad es que, ahora que estamos en California por fin, lo que nos apetece es explorar, disfrutar de estas tierras tan fértiles y de la bajada de las temperaturas. Venimos del desierto con ganas de ver verdes y azules, la costa y el mar.

San Diego es una ciudad bien linda, pegadita a la frontera mexicana. Toma su nombre de fray Diego de Alcalá, que por cierto es el patrón de Almensilla. Hemos acudido al centro histórico para saber más sobre el origen, y así nos enteramos que este nombre se lo puso Sebastián Vizcaíno, un español que dio con su barco en estas tierras el día en que se celebra la fiesta del santo. La ciudad nos parece ordenada y limpia, moderna. De hecho, abundan los coches híbridos y eléctricos y la policía va en bicicleta. Pura fantasía en España. Dormimos en un albergue de juventud y tenemos que compartir habitación. En el desierto éramos los reyes del mambo, pero en California es otro cantar…

Esa noche me intentaron ligar a dos metros del recién estrenado marido. Eran las dos de la mañana, yo escribía en mi ordenador mientras todos dormían. Entonces entra un tipo por la puerta, brasileño, para más señas, y cuando ve que hay algo que atacar, saca toda la caballería. Hablamos de Barcelona, del Barça, de Messi, del Carnaval de Rio. Él se confiesa admirador de Cristiano Ronaldo y del Madrid, y eso da juego para un rato. Entonces veo que asoma la cabecita de Marc desde su litera; por un momento me parece que va a intervenir en la conversación, pero se nos queda mirando un momento y luego, desaparece. “¿Es tu novio?”, me pregunta el brasileño. “Marido”, respondo. Creo que preguntaba sólo por saber, porque, lejos de amilanarse, el brasileño se quita la ropa delante de mí, se queda en calzoncillos y sigue hablando y hablando, mezcla inglés y portugués, se pasea por la habitación y me enseña musculitos. A mí me parece la escena grotesca, me río para mis adentros y, cuando me canso, pronuncio las palabras mágicas: “buenas noches”.

4 comentarios

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4 Respuestas a “Fin de la ruta 66: ¡El saludo a California!

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  3. Conxita

    Quizás en Califórnia tengais ya mejores temperaturas, nosotros estamos en la cresta del calor. En Pobla ayer hacia las nueve de la noche teníamos 37 C., hoy 32. Se han alcanzado los 40 en diversos zonas del interior y Prepirineu. Hay mucha alerta para evitar fuego que de momento se ha evitado.
    Júlia sigue en fase de «riesgo vital», especialmente porqué sigue necesitando respiración asistida y està muy intubada, lo que aumenta el riesgo de infecciones. No obstante hoy la doctora de la UVI se mostraba más esperanzada, aunque con múltiples reservas.
    Confiamos.
    Sean prudentes, mis chicos. Espera mos su regreso con ilusión.

    • Hola, Conxita!! Lo de Júlia nos ha dejado consternados, menos mal que hoy Marc ha conseguido hablar con Marcel y lo que nos ha contado nos ha dejado más tranquilos. Es buena señal que esté consciente, no? Un abrazo para todos!!

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