Highway to hell

Ha sido pura casualidad, pero en la guantera tenemos un disco de AC/DC que contiene el famoso tema Highway to hell. Autopista hacia el infierno. Ese es el destino que llevamos, puesto que estamos entrando en Death Valley, uno de los lugares más calurosos del planeta, donde siempre hace calor, incluso en invierno.

Me da un poco de pereza entrar en este valle de la muerte después de los días frescos en el norte de California, donde incluso he pasado frío con mi manga larga. Pero me digo a mí misma que un lugar así merece la pena una visita, así que me preparo para la que supongo que será la última prueba del viaje: comprobar si supero las duras condiciones atmosféricas de este condenado agujero, que los buscadores de oro bautizaron con un nombre tan explícito. Ahora mismo la temperatura es de unos 45 grados centígrados, pero sabemos que subirá a medida que esta carretera nos lleve a la parte más baja del valle, que incluso se sitúa por debajo del nivel del mar.

Lo primero que vemos, mientras el disco de AC/DC suena, son unos cañones impresionantes junto a la carretera. Después se llega a una zona donde el paisaje, amplísimo hasta donde alcanza la vista, te rodea con una nada total. De verdad que no hay nada, aparte de las bellas montañas, a lo lejos. Este desierto es diferente del que vimos en Arizona, en Monument Valley o en Las Vegas. Es inhóspito hasta dar miedo; es un terreno vacío, donde pronto comienzas a encontrarte desvalido, indefenso, donde la carretera solitaria sólo es un hilo plateado cuando muere en las montañas del horizonte, una vía de escape para huir de esta nada que amenaza con consumirlo todo, con atraparte. Me imagino que soy Atreyu el de La Historia Interminable, huyendo de la nada que avanza a nuestra espalda y por los lados.

El calor es sofocante. Hemos visto cómo la temperatura del coche va subiendo grado a grado, y eso impone. Como hay carteles que nos alertan de que no pongas el aire acondicionado para que no se caliente el coche, vamos sudando, con las ventanillas abiertas, entrecerrando los ojos por la fuerza de los rayos del sol, que nos deslumbran, quemándonos con el aire caliente que nos horada los brazos. Marc ha detenido el coche un momento para ver un caza que surca el cielo de Death Valley. Sólo ha sido un segundo; hemos visto el avión pequeñito y luego, mucho tiempo después, hemos escuchado el sonido. Él ha saltado del vehículo para hacerle una foto, pero yo temo salir del coche y derretirme.

Más adelante llegamos a las dunas blancas. Es un espectáculo precioso, a pesar de todo. Unas dunas redonditas en medio de este desierto de desolación. Hago un esfuerzo y acompaño a Marc a explorarlas. Tomamos un par de imágenes, pero pronto compruebo que no puedo seguirlo. Los pies se me hunden en la arena hasta más arriba del tobillo, y a cada paso arrastro más arena, y me pesan las piernas y me aturde el calor en la cabeza…

Le digo que me regreso al coche, y emprendo el camino despacio, porque ya noto que me cuesta respirar. Miro la temperatura: 50 grados. Pero no es eso lo que me está enloqueciendo, sino el calor en la cabeza, a pesar de que llevo mi gorro; es el calor y la presión que siento en esta atmósfera de sauna constante y seca. Me quedo en el coche e intento recuperarme: bebo agua calenturienta, que me resbala por el cuello, el pecho, la barriga, las piernas. Me mojo las manos y me las paso por la cara, cosa que me alivia un momento, hasta que el aire ardiente me la seca. Entonces ya no sé qué hacer, y empiezo a ponerme nerviosa. Miro a las dunas, pero Marc no regresa, así que estoy sola con esta calor espantosa, y no consigo respirar con normalidad, y tengo la nuca ardiendo, y siento que quizás me voy a desmayar…

Me echo buena parte del agua que nos queda por la cabeza, y encharco el coche. Pero el sol sigue sin perdonarme. Marc lleva diez minutos en las dunas, estará al llegar. Un turista pasa, y se me queda mirando un momento. Parece dudar, pero al final se mete en su coche y arranca. Me miro por el espejo retrovisor. Lo que veo me da miedo: estoy roja como un tomate de huerto, me caen chorreones de agua por el pelo y las cejas. Tengo la boca entreabierta y muy mal aspecto… Marc lleva 20 minutos en las dunas. Por Dios, qué estará haciendo…

No sé si bajar del coche e ir a buscarlo o preguntar por alguna sombra milagrosa en este lugar. Ya no me gusta este sitio, de pronto siento que ha sido una estupidez. A los 25 minutos de estar en el coche esperando, cuando ya me dispongo a salir aunque me arriesgo a morir deshidratada entre las dunas, alarmada como estoy porque creo que a Marc le habrá dado una insolación, reconozco a lo lejos su silueta que avanza; es una imagen borrosa que tiembla a través del velo caliente de la atmósfera, exactamente tal y como me imaginaba un espejismo en el desierto.

Cuando llega al coche le echo la bronca. “¿Dónde demonios estabas?”, le pregunto, a punto ya del infarto. “Me he ido a correr por las dunas, pero era muy difícil, porque se me han llenado los pies de arena y me he ido quemando todo el camino”. Me quedo mirándolo con incredulidad, sin fuerzas para preguntar por qué tiene que correr bajo el sol de las tres de la tarde, a 50 grados y justamente en el Valle de la Muerte. Pero como me siento tan mal, solamente le hago un gesto con la cabeza para que arranque. Pongo en la radio a Johnny Cash, a ver si me calma. El disco de los AC/DC hace tiempo que lo apagamos, cuando la cosa se pone complicada lo que menos necesitas es que un grupo de rock te grite en la oreja.

Con Johnny Cash cantando I walk the line salimos del valle, en el que hemos pasado, en total, tres horas. Hoy Marc le ha enviado un mensaje a Roger, su compañero bombero, contándole su aventura corriendo por las dunas. Roger no le ha creído, y le ha devuelto un WhatsApp que dice: “Sí, claro, tú has corrido por las dunas y yo he caminado 30 kilómetros haciendo el pino en Death Valley”. Como si no lo conociera…

3 comentarios

Archivado bajo Estados Unidos, Viajes

3 Respuestas a “Highway to hell

  1. MALUM

    Pues las madres lo están leyendo e imaginaos lo que pasa por sus cabezas y las ganas que tienen que os dejéis ya de tantas aventuras.

  2. Espero que las madres no estén leyendo esto. En nuestro reciente viaje por la costa oeste descartamos pasar por Death Valley, pero en Las Vegas pasamos lo nuestro cuando fuimos, a las nueve de la mañana, a hacernos la foto junto al cartel de bienvenida a la ciudad. El calor es tan seco que no te das cuenta de que estás sudando, y te deshidratas en pocos minutos. La diferencia es que en Las Vegas encuentras un oasis fácilmente, con aire acondicionado y bebidas de todo tipo. En Death Valley estás en medio de la nada. Algún habitante de Las Vegas nos advirtió de la peligrosidad del calor de la zona, y yo le subestimé pensando que a una sevillana el calor no le asusta demasiado. Pero me equivoqué, ciertamente el calor del desierto es peligroso. Como dice mi madre, tened cuidadito e id por la sombrita. Si es que la encontráis, claro…

    • Exacto!! A mí me pasó lo mismo. Siempre presumo de aguantar muy bien el calor, pero ciertamente no estaba preparada para ese golpe. Lo pasé realmente mal, porque no sabes dónde meterte… Imagínate si te hacen esperar media hora deshidratándote allí en medio!! Vamos, lo que no me pase a mí…

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