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Xabier Santxotena, el artista que sacará a los agotes de la lista de pueblos malditos

El parque museo que ha creado este especialista en colosales obras de madera pretende ser un homenaje al arte, los mitos, la naturaleza y a los propios orígenes: los agotes, aquel misterioso colectivo de personas, maltratadas por la historia, acusadas de ser brujos, leprosos y cosas peores. Santxotena es agote. Y a mucha honra.

El sol está casi en su punto más alto cuando escuchamos la cadena de la verja de la entrada al Parque Museo Santxotena. Hoy tenemos el privilegio de que Jontxu nos abrirá el recinto solo para nosotros. Antes de comenzar a pasear, un vídeo nos habla del origen desconocido de los agotes, uno de esos pueblos malditos que, como dice Jontxu, es «la misma historia de siempre: los de arriba pisando a los de abajo». Como los chuetas de Mallorca, los maragatos de Léon, los vaqueiros de alzada en Asturias o los pasiegos de Cantabria.

Los agotes vivían en las áreas apartadas de los valles del Roncal y el Baztán de Navarra, en Guipúzcoa, en el País Vasco francés y algunos municipios de Aragón. Eran artesanos de la madera, maestros constructores y artistas del hierro y de la piedra. En la localidad de Arizcun los obligaron a establecerse en el barrio de Bozate, en las afueras. No podían tener tierras, ni casarse con otras personas que no fueran agotes; no podían tocar a los animales, puesto que se suponían que transmitían enfermedades; se decía de ellos que eran herejes, leprosos, que si pisaban la hierba esta no volvía a crecer; se les prohibía cortar leña, pescar, estaban obligados a vestir de manera diferente y tocar una campanilla a su paso, para que los genuinos señores del valle se pudieran apartar a tiempo y no rozarse.

Xixilu, mueble típico de una casa agote que puede visitarse en Bozate.

En la iglesia debían sentarse en un lugar marcado para ellos, concretamente debajo del coro. Entraban por una puerta especial, más pequeña, que les obligaba a inclinar sus cabezas. Tenían una pila bautismal diferente y no se enterraban en el cementerio común, de tierra santa. Su lugar era junto a niños muertos sin bautizar; con nonatos, prostitutas y suicidas. Y si querían comulgar tenían su propio cuenco, hecho de madera. No se merecían nada más. Ni siquiera unos apellidos. Hasta el siglo XVIII, todo el que nacía en este gueto recibía como apellido la misma palabra: «agote».

Escultura de Xabier Santxotena.

Jontxu lo tiene claro: no eran leprosos reales, sino espirituales. «No cuadra el sitio donde los establecieron, no parece que sea el mejor lugar para una leprosería». Los datos más bien remiten a una especie de castigo por ser diferentes. Quizás eran una comunidad no cristianizada; quizás eran musulmanes a los que se les habría perdonado la vida a cambio de convertirse al cristianismo; quizás eran cátaros, aunque no está claro nada de nada.

Lo que sí es evidente es que los habitantes de Bozate no pudieron sacudirse el complejo de ser agote hasta mediados del siglo XX. Fue en 1954, cuando llegó al pueblo un sacerdote joven, de mente abierta y más sentido común. Observó la puerta chiquita que tenía la iglesia, y al enterarse de la historia, insistió en que debía tapiarse. Así fue como comenzó una igualdad que en Francia se había iniciado muchos años antes.

Paseando por el barrio de Bozate, Arizcun.

Con todo, ser considerados ciudadanos de pleno derecho y estar orgulloso de tu origen son cosas bien distintas. Hubo muchos niños de entonces que fueron señalados por los otros. Esos niños se convirtieron en abuelos, y de su pasado no querían saber nada.

Entonces actualmente, ¿qué ha sido de los agotes? Pues si algún curioso visitante que vaga por el barrio le pregunta a algún vecino por el tema, puede que respondan de mala gana que ya no queda ningún agote en Bozate, que todos se fueron a Madrid. No es mentira del todo, ya que en el siglo XVIII Juan de Goyeneche se llevó a muchos agotes a trabajar a una población cerca de Madrid a la que llamó Nuevo Baztán, donde también había familias castellanas, flamencas y portuguesas. Pero muchos de ellos acabaron regresando a su lugar de origen.

Eguzkilore es la flor del cardo silvestre, que es común encontrar en la puerta de las casas navarras. Ahuyenta a los espíritus e impide la entrada a las brujas.

Los descendientes de esta comunidad que tanto luchó por ser considerados unos ciudadanos más de Arizcun continúan haciendo vida normal en Bozate. Pero hay que llegar allí con mentalidad de observador, más que de turista. Y esto supone ser discretos, no hacer demasiadas fotos, no preguntarles por aspectos de su vida con los que no estén cómodos. Ya es un regalo que nos dejen pasear por sus calles, antaño barrio obrero de artesanos de la madera y la piedra que lo mismo te hacían aperos de labranza que muebles para la casa de los señores -en este caso, el que más se benefició de ellos fue Pedro de Ursúa, el señor feudal-. Nos abren una vivienda típica agote, con su cálida cocina, su taller de madera, sus pequeñas camas y cunitas y su eguzkilore velando en la puerta -la flor del cardo-, que los protege de todos los males.

El escultor Xabier Santxotena -discípulo de Jorge Oteiza, por cierto- ha sido de los primeros en poner en valor este pasado, y sobre todo el que lo ha gritado más fuerte. Su libro El orgullo de ser agote -escrito junto a Josu Legarreta Bilbao– es, sin duda, toda una declaración de intenciones.

Escultura de Xabier Santxotena. Foto: Pablo Domínguez-Palacios Carbonero.

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El artesano de Estella que espanta a las brujas con sus tablas de luz

Carmelo Boneta, de 79 años, regenta un taller de madera y piezas etnográficas en el que se pueden encontrar bastones para los peregrinos del Camino de Santiago, argizaiolas y kutxas, entre otros muchos objetos. Está declarado «lugar de interés cultural».

Si te gustan las historias que hay detrás de una pieza artesanal, de un taller con olor a madera y a cera y con suelo antiguo; si tu curiosidad va más allá de visitar los monumentos de Estella… entonces encamina tus pasos hacia la calle Rúa, junto al río Ebro y el Puente de la Cárcel, y allí encontrarás un taller abierto al público, declarado lugar de interés cultural y en el que atiende aún a los visitantes Carmelo Boneta, con toda una historia detrás.

Carmelo sale de la oscuridad en cuanto nos escucha hablar. Nos explica las diferentes piezas que ha ido atesorando a lo largo de una trayectoria que comienza hace más de 60 años. Es un apasionado del oficio, que ha mamado desde pequeño. Con solo 19 años se estableció por su cuenta, decidido a ofrecer al visitante piezas de artesanía de calidad e históricas. Quiere recuperar el patrimonio de Estella. No quiere ni oír hablar de souvenirs.

Durante años, el peregrino que pasaba por Estella haciendo el Camino de Santiago fue su mejor publicidad. Le compraban cientos de bordones, se interesaban por su trabajo, conversaban. Ahora prefieren comprarlos en tiendas kitsch que carecen de personalidad y de ánima.

Entre sus tallas estrella se encuentran las argizaiolas o tablas de luz (también conocidas en castellano como cerillero de difuntos). Son unas piezas interesantísimas, capaces de ahuyentar a las brujas en la época medieval y que, tras su cristianización, se continuaron usando en el norte de Navarra y en toda Euskal Herria como parte del rito y el culto a los muertos. De hecho, su uso era común hasta la segunda mitad del siglo XX, y aún se encienden durante la noche de los Difuntos.

Algunas tablillas tienen forma antropomórfica (dice Carmelo que para simular la forma de la bruja); más adelante era la forma del difunto al que se le quería guiar hasta la luz. También se encendían cuando se moría alguien y, una vez que se acababa la vela, se consideraba que la viuda ya había cumplido el luto. «¿Os han explicado todo eso en la Oficina de Turismo?», pregunta, insistente. Nos miramos confusos: entre tanta información ya no estamos seguros de lo que nos han dicho allí o hemos leído o ignoramos. Nuestra duda parece complacerle: «Es que son demasiado cristianos…», bromea.

A él le gusta explicar toda esa mitología e historias del folklore de la Navarra ancestral. Y esa fijación le ha granjeado algún episodio desagradable, como cuando le vino a visitar al taller un cura del Opus que le espetó: «Pero usted no creerá en las brujas, ¿verdad?». A lo que Carmelo respondió, todo tranquilo: «yo creo en lo que no veo. Exactamente como vosotros». Es de suponer que el sacerdote no se fue muy contento del lugar, puesto que lo amenazó con excomulgarlo.

A Carmelo le han querido comprar el local para instalar una de esas tiendas de recuerdos falsos. Él casi echa al interesado a patadas; mientras le queden fuerzas, seguirá luchando por conservar el patrimonio de su patria chica, y contando sus batallas a quien las quiera escuchar.

Detalle de la puerta de la iglesia San Pedro de la Rúa, declarada BIC y especialmente interesante por su claustro románico.

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Bardenas Reales, un desierto para los últimos pastores de Navarra

En el sureste de la comunidad foral existe un territorio de 41.845 hectáreas, un parque natural Reserva de la Biosfera por la que transita la cabaña ganadera cada otoño e invierno, que ha sido escenario de películas y series como «Juego de Tronos».

Debe de ser espectacular escuchar en vivo el disparo anunciador de la entrada de pastores y rebaños a la Bardena en el término «El Paso». Es todo un acontecimiento alrededor del cual tienen lugar charlas, degustaciones, actuaciones de gaiteros, talleres y mercadillos. Nosotros no pudimos vivir esta fiesta, ya que se produce a mediados de septiembre. En cambio, hemos elegido un caluroso mes de julio, con la amenaza de la Dana vaticinando tormentas horribles en todos los televisores.

En Cascante, donde nos alojábamos, los parroquianos de los bares del pueblo desayunaban pintxos de tortilla mientras la tele no paraba de parlotear. De vez en cuando alzaban sus cabezas y escuchaban algo que les llamaba la atención. Luego, de nuevo, se sumergían en una conversación sin trascendencia, pero sumamente importante para mantener ese espíritu de pueblo pequeño y seguro. De hogar. con gente sencilla como Maica, que se desvive por los clientes de su Casa Pinilla -de 500 años, tres plantas y fabuloso portón- o Fernando, que cada día encuentras en El lechuguero y que se hizo amigo de nuestro niño.

Entramos en las Bardenas Reales haciendo la ruta fácil de dos horas en coche. La Dana había dejado otros caminos enfangados, así que nos dispusimos a hacer un recorrido circular con el que pudimos ver los principales puntos de interés del área llamada la Bardena Blanca.

Muy poco turismo. ¿Quién se va a acercar en pleno mes de julio a un desierto? Solo nosotros, amantes de estos paisajes de ciencia ficción, estampas marcianas que estimulan nuestra imaginación y nos hacen recordar escenas de Juego de Tronos: esa Daenerys, madre de dragones, caminando esposada en medio de una horda de dothrakis, mientras de fondo se ven las formaciones rocosas, extendiéndose hacia el horizonte como una espina dorsal, como un dragón dormido.

En la Balsa de las Cortinas, los dothrakis montaron su campamento. Divisar un poco de agua -e incluso de vegetación- en esta tierra tan inhóspita siempre sorprende, aunque los mapas te avisen de que está ahí, a la vuelta de la curva.

No vimos ningún animal. Ni buitres, ni avutardas, ni búhos ni alimoches. Normal. Solo lagartijas que se apartaban, molestas, cuando les interrumpías sus baños de sol. Subir una colina de estas formaciones caprichosas, creadas a base de arcillasyesos y areniscas erosionadas por el agua y el viento, es una actividad para tomársela con calma. Pero después, en la cima, puedes ver el paisaje en toda su plenitud. La tierra rojiza y parda que se pliega. Las rocas que recrean formas sorprendentes. La famosa formación Castildetierra, un pináculo que los geológos bautizan también como «chimenea de las hadas».

bardenas reales

Si subes hasta arriba, desde el silencio de tu posición privilegiada en las alturas puedes imaginarte tantas escenas… Las Bardenas como coto de caza de los reyes de Navarra; las Bardenas como espacio natural protegido donde las cámaras vigilan los nidos como un Gran Hermano de las aves; las Bardenas como set de rodaje; o las Bardenas como campo de maniobras -en tu recorrido pasas por el Polígono de Tiro, zona militar destinada a prácticas de tiro que evidentemente queda prohibida al público-.

Dice Ander Izaguirre en su delicioso libro Cuidadores de mundos que un pastor una vez se coló sin querer en la zona prohibida, y que asistió, estupefacto, a una estampida de ovejas que corrían como locas entre los disparos de los aviones. El piloto llamó a la base: «¡Que el blanco se mueve, que el blanco se mueve!». Anécdotas que pasan en escenarios insólitos como este, que son capaces de aunar realidad y ficción y conquistarte con cualquiera de ellas.

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Día 40 de confinamiento. De soledades, galerías y otras ausencias

Estos días siento los mismos temores que durante la concepción, embarazo y parto. Los surcos del azar son demasiado profundos, demasiado oscuros. Con ellos podría dibujar una rayuela en mi corazón; soñar que de un salto regreso a la casa de los espíritus de la calle Aire número 2, mi Ítaca; la que inspiró todas mis historias.

Regresar como regresó Ulises en la Odisea, aunque de momento no es posible. Esta es mi vida ahora: la historia de una maestra con alumnos invisibles; la confesión de una idealista que aún desea recorrer el libro de las maravillas del mundo. Cuando se pueda. Cuando lo dicten los ocho millones de dioses que andan escondidos en alguna de las islas griegas.

Os confieso que sueño con retomar mis viajes con Charley e instalarme sin fechas en el gallo de hierro, pero ahora solo me preocupa cómo cruzar los campos de Castilla desde Barcino hasta el sur. Os abrazaría a todos: padres, hermanos, tíos, primos, cuñados, amigos y compañeros, incluso al abuelo que saltó por la ventana. A todos.

Os susurraría al oído que no tuvierais miedo. Os diría que no hay razones para desconfiar de los vecinos, que aquí todas las banderas aplauden a las ocho. Porque todos somos hijos del dios binario que nos alejaba en libertad y nos acercó en confinamiento.

Me quedan mil y una narraciones que contaros, más de las que contiene Don Quijote de la Mancha, más de las que sobrevendrían con el despertar de Cervantes.

Os quiero. Quiero decíroslo antes de que el tiempo se escurra entre los dedos, antes de que el sol se ponga hoy, antes de que el progreso se ponga en pausa; antes de que la arena se convierta en desierto. En un desierto de seda inhabitado y silente, en el que siempre, siempre, y pase lo que pase, resonarán mis besos.

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¿Dónde están los niños? Reflexiones tras 16 días de confinamiento por el COVID19

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Hoy, como vengo haciendo desde hace 16 días, desde el principio del confinamiento, me he sentado a escuchar el silencio. Hasta ahora era difícil; había que ir a buscarlo: pasear por una calle solitaria, salir al exterior cuando todos duermen, acercarse a la playa para que el sonido de las olas apague el de los coches, taparse los oídos para acallar los gritos, taparse los ojos para no ver el ruido.

Hoy, si hubiera tenido perro, me habría fijado en que los coches siguen en los mismos aparcamientos que hace dos semanas. Habría mirado con tristeza –y quizás con un escalofrío- los parques clausurados y los columpios vacíos. Me habría preguntado dónde están los niños; habría pensado en las personas que me importan; habría deseado no tener que lamentar ninguna víctima más del maldito coronavirus.

Hoy, como no tengo perro, he salido a la terraza que me sirve de pulmón y me he puesto a pensar en las personas que me importan. Se escuchaba mucho el silencio, y no me ha dejado pensar. Aquí nunca lo había oído, rodeados como estamos por bloques de apartamentos  que me miran con esos ojos de colmena, impasibles durante el día y fantasmagóricamente iluminados por la noche.

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Hoy es una hora cualquiera de la tarde, y se oye el batir de alas de las palomas, y trinos, y hojas moviéndose, y una cortina que se descorre, y un portero automático lejano; ahora una puerta que se cierra, y otra que se abre. Por encima de todo, silencio.

De repente he escuchado una frase gritada al aire por un niño: “¡Me aburrooo!”. Lo ha dicho así, de repente, para desahogarse. Un niño solo con su yo. Pero entonces, a pocos metros, se ha producido el milagro: en otro balcón, otro niño le ha contestado: “¡Y yo tambiééééén!”. Y ya no han hablado más; de nuevo nos hemos sumido en el silencio. Pero me ha parecido que en ese breve diálogo se encerraba toda la poesía del mundo. Dos niños haciendo auténtica poesía de la soledad.

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El cementerio judío más grande de Europa. Una triste historia de Chisinau

No había visto nunca un lugar declarado monumento nacional que estuviera en un estado tan lastimero. Al cementerio de Chisinau, la capital de Moldavia, hemos llegado al final de una calurosa mañana de caminata y fatigas. Situado en las afueras de la ciudad, como no entendemos los autobuses y no tenemos ni guías ni mapas, hemos echado a andar en línea recta, cruzando avenidas, parques y aceras hundidas. Marc ha ido por todo el camino echándome agua por la cabeza, en los brazos y en los muslos para que no me desmayara. Es algo a lo que ya estamos habituados…

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Después de recorrer media docena de kilómetros como quien cruza un desierto, sin viento ni sombra, de pronto nos hemos topado con una cancela con la estrella de David. Hemos llegado.

Unos dicen que el cementerio judío más grande de Europa está en Praga; otros que en Polonia; otros que en Chisinau. Depende de cómo se mire: por el número de tumbas, por superficie ocupada o dependiendo de si aún está en uso o no. Lo cierto es que el de Chisinau es uno de los mayores cementerios judíos de Europa y a la vez uno de los más olvidados.

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Recorrerlo es regresar a la historia más oscura del ser humano. Porque entre sus 23.430 tumbas yacen las víctimas de una de las masacres más famosas acaecidas contra los judíos: el Pogromo de Kishinev -la antigua Chisinau-.

Aquel 8 de abril de 1903, hace ya 114 años, los habitantes de la ciudad se levantaron con los ojos nublados por el odio. Los periódicos antisemitas decían que los judíos habían matado a un cristiano, y que su sangre se había usado en un ritual de índole religiosa. Era mentira, pero nadie se molestó en contrastarlo. Se organizaron bandas de diez a 20 personas y se asaltaron las casas judías: las hordas enfurecidas mataron a 49 personas, hirieron a 592, violaron a las mujeres y destrozaron a los bebés, golpeaban con sus armas mientras los judíos se defendían con las manos o herramientas de jardín. Después de tres días de violencia, 2.000 personas se habían quedado sin hogar.

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Este cementerio parece ser un mudo testigo salvaje de aquellos hechos. Los árboles han crecido escondiendo las tumbas, las raíces cierran las sendas y te hacen tropezar, las flores secas gritan de olvido… Es fácil perderse entre las lápidas de piedra y las rejas oxidadas, porque ya no hay caminos. Vamos visitando las tumbas de una en una, como si fuéramos Hayyim Rahman Bialik, el poeta nacional del pueblo judío, que entrevistó a los supervivientes para documentar sus historias.

A Bialik se le habría roto el corazón si hubiese sabido que ese esfuerzo fue un poco para nada, porque la humanidad no aprende de los errores. Solo unas décadas después de estos hechos, aún quedaba por llegar la II Guerra Mundial. El terror de los judíos no había hecho más que comenzar.

 

 

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Terremoto de conciencias. Recordando el terror

Foto: EFE

Foto: EFE

 

Se acaban de cumplir 80 años del golpe de Estado que triunfó parcialmente en España y que vino seguido de la guerra civil. En algunos municipios se celebran conferencias y exposiciones temáticas, en otros me temo que pasará desapercibido.

He tenido tiempo de pensar estos días en ello, mientras repasábamos las noticias de actualidad y comprobábamos cómo el terror siempre vuelve -el atentado de Niza, los atentados y fallido golpe de Estado en Turquía-, y ya no sabemos ni cómo actuar. Poner una bandera francesa en el Facebook me parece insuficiente. Y está bien que los políticos condenen la barbarie, pero… ¿no habrá que hacer algo más?

Hay que compartir información. Y a veces no será políticamente correcta. Podemos empezar por preguntarnos qué hay detrás del presunto golpe de Estado turco. Por qué hay tantos jueces detenidos. Por qué hay gente que condena muy fácilmente ese suceso y no lo que pasó en España.

Foto: RTVE

Foto: RTVE

 

Nos está ganando la partida el terror. A mí también.

En el aeropuerto de Estambul, cuando veníamos hacia Japón, hubo un suceso que me hizo darme cuenta de que los terroristas ya habían logrado sembrar el miedo, la desconfianza, el radicalismo… Estábamos sentados esperando embarcar, cuando de repente un hombre con la cara descompuesta se puso a gritar en medio de la sala:

Whose bag is this? Whose bag is this? WHOSE bag is this!!??– El último grito sonó a súplica. Hacía un par de días que ese mismo aeropuerto había sufrido un atentado por parte de los radicales islamistas.

En efecto, había una mochila abandonada en medio del aeropuerto. Nadie respondió a su pregunta, y se hizo un silencio de hielo, seguido por una estampida de personas que se alejaron discretamente del lugar.

Foto: CNN

Foto: CNN

 

Estoy releyendo a Amin Maalouf y sus Identidades asesinas, porque me parece que viene muy a cuento para entender qué está pasando en estos tiempos convulsos. Hay una frase que me parece interesante para reflexionar:

Suele concederse demasiado valor a la influencia de las religiones sobre los pueblos y su historia, y demasiado poco a la influencia de los pueblos y su historia sobre las religiones”.

Desde luego, no está justificando la barbarie que se pueda hacer en nombre de Alá; lo que nos está diciendo es que pensemos qué hay detrás del fanatismo. A veces hay guerras injustas, apropiación de los recursos naturales del territorio, venta de armas, muerte de civiles… Por eso, combatamos el fanatismo religioso, sí, y dejemos de justificar más guerras; concedámosle más recursos económicos a la educación y, en general, no dejemos que haya gente que no tenga nada que perder. Porque esos son los más peligrosos.

El servicio de Shinkansen fue temporalmente suspendido por el terremoto en Tokio.

El servicio de Shinkansen fue temporalmente suspendido por el terremoto en Tokio.

 

Estos días en Tokio también hemos experimentado un terremoto. Ha sido leve y ha durado unos segundos, un temblor que he sentido en las plantas de los pies, mientras nuestro pequeño bungalow prefabricado se movía. Le dije a Marc:

-¡Es un terremoto!

-No es un terremoto, será un tren.

Yo sabía que era un terremoto, porque el latigazo me venía de abajo, del mismo infierno…

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Pedro Bohórquez, el falso inca de origen andaluz

cachi-valles-calchaquiesHay un personajillo curioso en la historia de los calchaquíes. Supe de él cuando fuimos a visitar Cachi y los valles calchaquíes en busca de otro tipo de paisaje. Al pernoctar en Cafayate, pasamos por delante de la biblioteca pública y echamos una ojeada: una sala pequeñita, con pupitres de madera y tapetes verdes. Dentro, los ojos sabios de una anciana con rasgos indígenas se cruzaron con los míos, y busqué rápido en mi memoria algún libro que me pudiera prestar.

-¿Tiene algo sobre la historia de los calchaquíes?

-Mmm. Sólo tengo este libro sobre el segundo levantamiento contra los españoles…

-Me parece bien.

Nos sentamos en una de esas mesas-santuario y abrí el viejo libro con cuidado, con miedo de que se me pulverizara entre las manos. Al instante la historia se proyectó ante mis ojos; las imágenes llenaron la pequeña habitación, y oía los gritos de los indios y los lamentos de las indias, y al fondo apareció una figura peculiar con ropajes ricos, moreno de tez pero sin rasgos indígenas. Dijo llamarse “el redentor de la raza”, Pedro Bohórquez, descendiente de los incas.

***

valles-calchaquiesDesde los primeros tiempos hubo levantamientos indígenas contra los invasores. En la provincia de Catamarca vivían tribus como los quilmes, los pacciocas, los hualfines, tucumangastas, saujiles o huasanes, entre otros muchos. A todos ellos se le denominaban en su conjunto calchaquíes. En la serranía de estos valles donde nos encontramos había una barrera infraqueable para los soldados españoles, puesto que se enfrentaban a una lluvia de flechas caídas del cielo. Por eso preferían pelear en los llanos. Así, con sólo 50 hombres de caballería podían vender fácilmente a un ejército entero de los indios.

En este contexto, un joven natural de Arahal (Sevilla), desembarcó en el Nuevo Mundo cuando contaba con 18 años. Para ganarse la vida echó mano de toda suerte de artimañas, que en gran medida tenían que ver con su gran capacidad de persuasión y oratoria. Aprendió los ritos, las costumbres y la lengua de los indios y se convirtió en un ser un tanto extraño, que los españoles acabaron marginando. Estaba deseoso de vivir una vida de aventuras, y a fe que la tuvo, puesto que se pasó media vida huyendo de las autoridades españolas. En 1656 legó a Tucumán, después de un largo rosario de empresas de exploración que fracasaban, promesas de descubrimiento de riquezas que no se cumplieron y embustes que soltaba de manera natural. Cuando tenía 55 años se inventó el mayor engaño de su vida: dijo ser descendiente de los incas y que estaba dispuesto a liberarlos del yugo de los españoles. Los indios se ilusionaron, y acudían a verlo desde todos los sitios.

valles-calchaquies2En cuanto a los españoles, a pesar de que su mala fama hizo fruncir el entrecejo a algún eclesiástico, no fue suficiente para detenerlo. Los lugares recónditos bañados de riquezas eran tan tentadores, que las autoridades españolas aceptaron un encuentro con él. En la entrevista, el falso inca apareció ricamente ataviado y con un séquito de indios, mientras el gobernador le recibía por su parte con fiestas y cortejos. Le había prometido el sometimiento de los indios a la Corona y su evangelización.

Lo cierto es que esta amistad a dos bandas no podía durar eternamente, y el falso inca acabó encabezando la II Gran Sublevación. Los españoles vencieron, y Pedro Bohórquez, el más torpe buscador de tesoros, acabó siendo ejecutado en la cárcel de Lima en 1667. Al día siguiente su cabeza fue expuesta en el puente para que sirviera de escarmiento. Dicen que los indios bajaban la cabeza y lloraban, desconsolados por haber perdido su última oportunidad de alcanzar la libertad.

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El rastro de los antepasados. ¡Nuestra familia argentina!

san pedro buenos aires argentina2Las fechas a veces son importantes. Un 17 de agosto de 1850, exhalaba su último suspiro, como se suele decir, el general José San Martín, figura emblemática de la historia de Argentina, donde se le conoce como el Padre de la Patria y como El Libertador. Tenía más o menos mi edad cuando se puso al servicio de la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata -Argentina-, por lo que aquí se le recuerda marcando en el calendario como feriado el día de su muerte. Cien años después de su fallecimiento, es decir, el 17 de agosto de 1950, un matrimonio catalán -él, Marcelino, oriundo de La Pobla, ella, Pilar, de Palafrugell- desembarcaba en la ciudad de San Pedro de Buenos Aires, después de casi un mes de travesía por el océano. Atrás dejaban una montaña de dudas y temores, la seguridad del núcleo familiar y la tierra que tanto amaban. Que no sabían que tanto amaban.

Pasaron muchas cosas, algunas muy tristes. Hubo pérdidas y conflictos, y Pilar, ahora casi centenaria, sobrevivió. Y un día, exactamente 65 años después de su llegada al que sería su nuevo mundo, un 17 de agosto de 2015, alguien llamó a su puerta venido de ultramar.

***

pilar serra batlle“A ver… ¿a quién se te parece este chico?”, le pregunta Noemí a la abuela Pilar, su suegra. Hemos venido a buscarla al centro donde reside. Nerviosos, hemos esperado hasta que la cortinilla se ha abierto y ha aparecido la anciana, flacucha pero ligera, que ahora avanza hacia nosotros con curiosidad.

“Mmm… no sé”.

“¡Es el nieto de Melchor!”

“¿En serio?”

“¡En serio!”

Y Pilar abre unos ojos como platos y se alegra, y nos besa y nos abraza, y se pone a hablar de aquellos años, de cómo la acogieron los tíos de su marido Marcelino, hasta que ellos pudieron abrirse camino y hacer su casa y progresar.

Por el saloncito pasan los recuerdos. Marcelino paseando por la calle, alegre y bromista, y todos saludándolos con un “¡Señor Navarri!”, y quizás un toque de sombrero. Cruzando una calle cualquiera de San Pedro, entrando en el bar y protestando con sorna: “¡eh, que no me han puesto mi vinito!”

Haciendo el payaso, le gustaba hacer de torero, contar chistes y bailar. Una vez, en un velorio, intentando alegrar un poco el ambiente, echó mano de sus imitaciones de torero, que nunca le fallaban, pero con la mala suerte que tropezó y casi deja caer el ataúd con el muerto dentro.

En Carnaval se escondía bajo la camisa globitos llenos de agua, pero cuenta Pilar que siempre acababan mojándolo a él. “Hablaba mucho, y tenía un caracter muy lindo”, “muy lindo”. Y se queda pensativa. Cuando nos despedimos, agarra a Marc por las muñecas y rompe a llorar, y Noemí la abraza y la consuela. Lloramos todos, sobre todo cuando el coche arranca y queda la imagen de ella diciéndonos adiós, agitando su mano huesuda entre los barrotes de la reja.

familia navari emigrantes san pedro buenos aires argentinaCon Pilar y Noemí hemos logrado dibujar el árbol genealógico de la familia, tarea nada fácil, dado que los bisabuelos de Marc, Francesc y Josefa, tuvieron diez hijos. Uno de ellos, Marcel·lí, fue el que emigró a América, si bien no fue el primero. En 1800 un primer pallarès de apellido Navarri cruzó el charco para llevar una vida que parece sacada de la película Leyendas de pasión.

Aventurero e inconformista, con ansias de abarcar el mundo ante sus ojos, marchó a la Patagonia sin rumbo fijo ni trabajo ni meta. Una Patagonia que, si ahora está desierta, en el siglo XIX era un territorio casi inexplorado, altamente solitario y hostil. Este Navarri viajero ha pasado a los anales de la historia familiar sin nombre conocido, porque confiesa Pilar que cuando ellos llegaron a Argentina él ya se había ido, y no lo llegó a conocer. Sólo sabe que anduvo vagando por la Pampa, comiendo lo que podía y durmiendo donde le agarraba el momento, refugiándose bajo los puentes y viviendo entre las ovejas, que muchas veces eran su única compañía.

Alguna vez volvió a San Pedro para intentar sentar la cabeza. Sabía que su cuñada se había quedado sola y quiso casarse, pero ella lo rechazó y preferió quedarse sola criando a sus hijos. Entonces el Navarri aventurero se dio la vuelta y se marchó. Otra vez buscó el consuelo de la árida Patagonia, de los vientos fríos y la ballena franca austral.

Quizás un día volvamos a Argentina, como hizo Bruce Chatwin en In Patagonia, siguiendo las huellas de un antepasado misterioso. Quizás en algún lugar algún viejo gaucho recuerde el nombre que pronunció su padre: “ah, sí, Navarri, estuvo esquilando ovejas con mi viejo”. Aquí hay una historia, y las grandes historias no se pueden dejar pasar.

foto para el recuerdo famiia navarri argentina

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Argentina espera el corralito

buenosaires-barrio-palermoTengo una ventana en Buenos Aires por la que me escapo por las noches. Mientras tratamos de dormir, se nos cuela la ciudad entera en esta habitación de techos altísimos, paredes frisadas y puertas de madera que chirrían y dejan entrar a los gatos de Elena.

Cierro los ojos y me deslizo a través de las cortinas, accedo a la calle ruidosa, recorro a pie la Avenida 9 de julio, llego a la Plaza de Mayo y aguardo a las madres abnegadas que aún se concentran cada jueves para pedir justicia social. Miro hacia la Casa Rosada: detrás de alguna de esas ventanas puede que esté Cristina, como la llaman sin ningún tipo de problemas los argentinos, dando órdenes, leyendo un artículo de prensa, consultando con su equipo las posibilidades que tiene de ganar otra vez las elecciones. Desde su ventana quizás se vea la pancarta que dice: “Cristina, 100% orgullosos”. Acaban de pasar las primarias y Buenos Aires ha amanecido una vez más cubierto de pancartas electorales: el Frente de Izquierdas, los verdes…

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Los periodistas han acudido a la plaza de Mayo a hacer entrevistas. Los veteranos de guerra se concentran a unos metros para no caer en el olvido. Y los porteños continúan abarrotando los cafés, los boliches, los restaurantes que sirven bife mientras ellos pueden hablar de fútbol o política. Unos confían en Cristina; otros comentan con sorna que “Cristina ha dicho que en Argentina no hay tanta pobreza, que hay más en Alemania”… y ríen, se encogen de hombros, para finalmente admitir que esperan el corralito.

“No pasa nada. Europa vive una crisis cada 40 años. Argentina cada diez. Ya estamos acostumbrados”. Viven pendientes de la actualidad pero sin agobiarse, consultando a cómo está el peso, tanto el oficial como el del mercado negro -el blue, un cambio no oficial que se acepta oficialmente-; asumen la inflación en sus vidas y se sorprenden de que nuestros sueldos sean los que son. Parecen un poco decepcionados. “Yo pensaba que el sueldo medio en España sería casi de 3.000 euros…”, nos comentó un joven estudiante en la cola del autobús del aeropuerto. Y con esa naturalidad tan argentina, con una generosidad que te avergüenza, no te deja que saques tus malditos euros, los únicos que te has traído de España; no quiere que busques un sitio donde te los quieran cambiar. Saca su tarjeta SUBE y te invita al trayecto. No acepta tu billete ridículo, extendido hacia él como un puente ruinoso y fláccido, un insignificante papel que ahora queda como la prueba inequívoca de la derrota.

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