La trampa del desierto florido. Hacia el valle del Elqui

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Seguimos conduciendo por la Panamericana hacia el sur, siempre al sur. Estamos cruzando el Norte Chico. En este lugar, si los meses previos ha llovido, el invierno te regala una de las estampas más extrañas y más bellas de la naturaleza: el nacimiento de flores en el desierto. Los chilenos lo llaman “el desierto florido”, un fenómeno que atrae la atención de los curiosos, que de otra manera no se internarían en este paraje de desolación. Angélica, la dueña del restaurante Capri, de Vallenar, ya nos lo dijo: “nosotros rezamos para que cada año haya desierto florido, porque así la carretera nos trae a los turistas”. Marc y yo nos sentimos afortunados, porque a derecha e izquierda ya asoman las primeras flores de la primavera del desierto: un manto rosa o violeta que a veces, en la lejanía, se vuelve tan intenso que parece un retoque fotográfico.

No podemos resistirnos a hacer una foto, y entonces, ocurre una pequeña desgracia. Al salirnos del asfalto, nuestro pequeño cochecito se queda atrapado en las arenas blandas. Marc acelera, y una nube de polvo y tierra se levanta unos metros a nuestro lado. Nos entra arena dentro del vehículo. No vemos nada. Salgo del coche para ver cómo es que patina tanto la rueda, y entonces la veo hundida hasta la mitad, prácticamente enterrada. Yo, que soy bastante asustadiza y con tendencia a la tragedia, pienso que no tenemos ninguna posibilidad, y me llevo las manos a la cabeza. Marc está ya buscando con la mirada alguna piedra que sirva de rampa…

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Afortunadamente, en seguida vienen a socorrernos. No ha hecho falta llamar a nadie, parar un coche en la carretera, caminar hasta la próxima gasolinera o lanzar una bengala. A pesar de que la noche está cayendo, o quizás por eso, dos todoterrenos se paran rápidamente junto a nosotros. Tres chilenos gentiles que nos salvan. Llevan cuerdas y ganchos. Uno de ellos mira mi cara de apuro, debe ver lo ridícula que me siento, y me tranquiliza: “Aquí la arena es de relleno, no tienen por qué saberlo”.

No tienen por qué saberlo. Cinco palabras milagrosas que me reconfortan. Les damos las gracias y seguimos nuestro camino hacia el Valle del Elqui. No sabemos dónde dormiremos, pero ahora eso parece tan nimio… Cuatro horas más tarde, a la altura de La Serena, nos volvemos a encontrar a nuestros salvadores en una gasolinera. Es otra de las sorpresas que te reserva la Panamericana. Nos damos todos la mano, nos reímos, comentamos la casualidad y nos deseamos buen viaje, buen destino. El nuestro, por fin, ya lo sabemos: Hostal Luz del Valle, en Vicuña. Un nombre sugerente en un entorno famoso por su buena onda: dicen que en el Valle del Elqui hay una energía especial, que la riqueza de minerales de la tierra te recarga las pilas. Que la gente es amable y risueña. Parece un buen sitio para descansar de esta larga noche que llueve, que nos persigue sin estrellas.

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3 comentarios

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3 Respuestas a “La trampa del desierto florido. Hacia el valle del Elqui

  1. Concha Blasco

    !Qué maravilla haber podido estar en esos sitios y haber podido vivir tantas experiencias hermosas!
    Sé que cuando se tienen esos contratiempos, son duros en ese momento,pero a posteriori, se olvida lo malo y prevalece el recuerdo de lo bueno. Me alegra muchísimo que estéis siendo protagonistas de tantas interesantes aventuras,
    !Ah, y que la energía de ese lugar , está superando incluso a la del Tibet!
    cosa que para mí, hace aumentar mucho más el valor de la experiencia.
    Un besito fuerte para los dos.

  2. Concepció

    Creo adivinar en la cara de Marc…» para otra ocasión mejor más persones y varios coches…»
    (traereis alguno de esos cactus?)

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