Archivo de la etiqueta: Meng Jiangnu

Sobre el lomo de la serpiente de piedra

IMG_0421

En chino, la serpiente simboliza lo enigmático, lo inesperado y lo misterioso. “Si no has subido a la gran muralla no eres un hombre de verdad”, dijo una vez el presidente Mao. Así que le hemos hecho caso, y nos hemos montado en un autobús para recorrer uno de los tramos de esta serpiente de piedra magnífica, que ahora ya por fin divisamos desde nuestro vehículo, tras un largo viaje de casi cuatro horas que nos ha traído hasta Jinshanling, uno de los tramos menos visitados por el turismo de masas y el preferido por los fotógrafos profesionales. Hemos huido de Badaling, donde dicen que en las instantáneas sólo salen cabezas de turistas, y ahora miramos hacia las montañas por las que discurre esta enorme mole de piedra caliza, granito o ladrillo cocido -¡parece ser que hasta arroz!-, que ha dado lugar a tantas leyendas y especulaciones.

Desde abajo, la muralla es todavía un hilillo que zigzaguea, nervioso, sobre las cumbres. Va dibujando el perfil de un paisaje de montañas ondulantes, espesos bosques y pastizales coloreados de un verde intenso. Las escamas de esta fascinante serpiente milenaria son las almenas, recortadas sobre un cielo azul que deslumbra, porque en estos parajes el verdadero enemigo no son los mongoles ni los manchúes, sino un sol implacable que nos golpea en la cabeza.

Tenemos tres horas para recorrerla. En principio nuestra idea era caminar desde Jinshanling hasta Simatai, la ruta preferida por los senderistas, pero esa parte de la muralla se encuentra actualmente restaurándose y cerrada al público. Así que subimos hasta la muralla y echamos a andar. Dicen que entre estas piedras perdieron la vida varios millones de chinos -algunas fuentes hablan de diez millones-, y que la llegó a defender un millón de guardias. Es fácil imaginarse el horror, a pesar de las bellas montañas que te rodean, de tantas vidas de usar y tirar. Hasta aquí desplazaron a los obreros y ciudadanos caídos en desgracia, que iban cayendo como moscas por el agotamiento y las duras condiciones de trabajo. Sus cuerpos se enterraban allí mismo, sin más contemplaciones. Por eso dicen que la Gran Muralla es en realidad el mayor cementerio del mundo.

Vamos subiendo pasarelas de piedra empinadísimas, y unos metros más adelante volvemos a bajar por otras que desafían las leyes de la gravedad. Pasamos por tramos reconstruidos y otros originales, paredes que se sostienen en pie trabajosamente, como ancianitas encorvadas. Algunas de estas paredes semiderruidas pudiera ser la de la historia de Meng Jiangnu, una de las tantas mujeres que perdieron a su marido en estos muros. Cuenta la leyenda que la señora, después de varios meses sin saber nada de él, fue a buscarlo con algunas prendas de abrigo para que no lo sorprendiera el invierno. Cuando llegó a la Gran Muralla, los soldados le dijeron que su amado había muerto. “¿Dónde están sus huesos..?, ¿dónde..?”, preguntaba la mujer, desconsolada. “Están sirviendo de argamasa”, respondieron los guardias. Así que Meng Jiangnu recorrió la muralla entera buscando los restos del marido, hasta que llegó al mar. Allí, impotente, comenzó a llorar. El llanto que la sacudía era profundo y amargo, y acabó conmoviendo al espíritu de la muralla, que se abrió y dejó caer los huesos del hombre para que los pudiera enterrar.

Vuelvo otra vez a concentrarme en la caminata. Ahora hay que tener cuidado para no tropezar con alguno de los muchos ladrillos descuajaringados. Castigamos los gemelos subiendo por escalones de medio metro de alto. Avanzamos de lado por los lugares difíciles, aprovechamos la sombra de las torres vigía, bebemos, continuamos. Subimos y bajamos montañas enteras como si fuéramos gigantes con nuestras botas de siete leguas, pero la Gran Muralla nos acaba venciendo. Nuestra vista no la alcanza. Cuando nuestro tiempo se agota, ella continúa arrastrándose, silbando al viento, por encima de las cumbres, y su estela acaba emborronándose en los ojos.

Ciertamente, es una de las maravillas del mundo, aunque no se vea desde el espacio, como dicta una falsa creencia. Pero es majestuosa y mágica, capaz de asustar a los curtidos jinetes mongoles de la estepa, acostumbrados a llanuras sin fin. Debieron sorprenderse mucho ante esta visión; para ellos una tierra cercada por todas partes era sinónimo de pesadilla. Ya lo cantaba el gran Gengis Khan en El libro secreto de los mongoles: “Mirando las estrellas estoy, tengo la tierra por almohada”…

IMG_0358

Deja un comentario

Archivado bajo China, Viajes