Murakami puso de moda la frase “De qué hablo cuando hablo de correr”, porque ese es el título de su libro sobre este deporte que tantos practican. Yo no. Yo solo corrí una vez cuando fui al instituto y había que correr media hora seguida para aprobar la asignatura de Educación Física. Así que durante varias semanas estuve entrenándome en el parque con mis compañeros de curso, avergonzada por mi nula velocidad aunque aceptable resistencia, mientras mis admirados adonis, musculados gracias a tantas horas dedicadas al fútbol, baloncesto y no sé cuántas cosas más, me pasaban una y otra vez, dándole la vuelta al circuito. Yo no podía ni respirar, pero ellos saltaban, charlaban entre ellos y hacían cabriolas.
Hoy hacía un día tan hermoso que he tenido que salir a correr. Me he puesto la música y he dejado que Red, Bonnie Tyler, U2 y otros cantasen para mí. El mundo se ha parado mientras yo corría siguiendo ese mar tan azul de los días luminosos. Me he acordado de Murakami, cuando dice eso de que Mientras corro, tal vez piense en los ríos. Tal vez piense en las nubes. Pero, en sustancia, no pienso en nada. Simplemente sigo corriendo en medio de ese silencio que añoraba, en medio de ese coqueto y artesanal vacío.
Yo puedo decir que pensaba en el mar, porque era el protagonista absoluto de mi paisaje. De lejos se le ve enorme, majestuoso, inmóvil. Una franja azul pintada en un cuadro, con la espuma de las olas detenida en ese momento en que están a punto de romper. Con la textura transparente de un vaso de agua. Con la línea del horizonte arrodillándose bajo el cielo, también azul, pero pálido y sin ganas.
He pasado al lado de parejas que corrían, niños que jugaban, ciclistas, jubilados, perros con correa, carritos de bebés, policías. Todos estaban en movimiento, pero a mí me parecían solo figurantes, puro atrezzo para una película que transcurre fuera de las coordenadas del espacio y el tiempo: la película de mi yo, corriendo. Estaba triste y apática, pero me he sentido mejor cuando Freddy Mercury me ha cantado al oído, y el mar estaba más cerca y he podido ver que se movía.
Cuando estás triste lo mejor que puedes hacer es lo que hace el mar: no dejar de moverte. Aunque sea en la aparente monotonía del movimiento de las mareas. Moverte y no dejarte morir como agua estancada.
Pues sí, mejor no pararse que pararse sin motivo 😉 un beso!!