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Bardenas Reales, un desierto para los últimos pastores de Navarra

En el sureste de la comunidad foral existe un territorio de 41.845 hectáreas, un parque natural Reserva de la Biosfera por la que transita la cabaña ganadera cada otoño e invierno, que ha sido escenario de películas y series como «Juego de Tronos».

Debe de ser espectacular escuchar en vivo el disparo anunciador de la entrada de pastores y rebaños a la Bardena en el término «El Paso». Es todo un acontecimiento alrededor del cual tienen lugar charlas, degustaciones, actuaciones de gaiteros, talleres y mercadillos. Nosotros no pudimos vivir esta fiesta, ya que se produce a mediados de septiembre. En cambio, hemos elegido un caluroso mes de julio, con la amenaza de la Dana vaticinando tormentas horribles en todos los televisores.

En Cascante, donde nos alojábamos, los parroquianos de los bares del pueblo desayunaban pintxos de tortilla mientras la tele no paraba de parlotear. De vez en cuando alzaban sus cabezas y escuchaban algo que les llamaba la atención. Luego, de nuevo, se sumergían en una conversación sin trascendencia, pero sumamente importante para mantener ese espíritu de pueblo pequeño y seguro. De hogar. con gente sencilla como Maica, que se desvive por los clientes de su Casa Pinilla -de 500 años, tres plantas y fabuloso portón- o Fernando, que cada día encuentras en El lechuguero y que se hizo amigo de nuestro niño.

Entramos en las Bardenas Reales haciendo la ruta fácil de dos horas en coche. La Dana había dejado otros caminos enfangados, así que nos dispusimos a hacer un recorrido circular con el que pudimos ver los principales puntos de interés del área llamada la Bardena Blanca.

Muy poco turismo. ¿Quién se va a acercar en pleno mes de julio a un desierto? Solo nosotros, amantes de estos paisajes de ciencia ficción, estampas marcianas que estimulan nuestra imaginación y nos hacen recordar escenas de Juego de Tronos: esa Daenerys, madre de dragones, caminando esposada en medio de una horda de dothrakis, mientras de fondo se ven las formaciones rocosas, extendiéndose hacia el horizonte como una espina dorsal, como un dragón dormido.

En la Balsa de las Cortinas, los dothrakis montaron su campamento. Divisar un poco de agua -e incluso de vegetación- en esta tierra tan inhóspita siempre sorprende, aunque los mapas te avisen de que está ahí, a la vuelta de la curva.

No vimos ningún animal. Ni buitres, ni avutardas, ni búhos ni alimoches. Normal. Solo lagartijas que se apartaban, molestas, cuando les interrumpías sus baños de sol. Subir una colina de estas formaciones caprichosas, creadas a base de arcillasyesos y areniscas erosionadas por el agua y el viento, es una actividad para tomársela con calma. Pero después, en la cima, puedes ver el paisaje en toda su plenitud. La tierra rojiza y parda que se pliega. Las rocas que recrean formas sorprendentes. La famosa formación Castildetierra, un pináculo que los geológos bautizan también como «chimenea de las hadas».

bardenas reales

Si subes hasta arriba, desde el silencio de tu posición privilegiada en las alturas puedes imaginarte tantas escenas… Las Bardenas como coto de caza de los reyes de Navarra; las Bardenas como espacio natural protegido donde las cámaras vigilan los nidos como un Gran Hermano de las aves; las Bardenas como set de rodaje; o las Bardenas como campo de maniobras -en tu recorrido pasas por el Polígono de Tiro, zona militar destinada a prácticas de tiro que evidentemente queda prohibida al público-.

Dice Ander Izaguirre en su delicioso libro Cuidadores de mundos que un pastor una vez se coló sin querer en la zona prohibida, y que asistió, estupefacto, a una estampida de ovejas que corrían como locas entre los disparos de los aviones. El piloto llamó a la base: «¡Que el blanco se mueve, que el blanco se mueve!». Anécdotas que pasan en escenarios insólitos como este, que son capaces de aunar realidad y ficción y conquistarte con cualquiera de ellas.

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