Archivo mensual: julio 2025

Xabier Santxotena, el artista que sacará a los agotes de la lista de pueblos malditos

El parque museo que ha creado este especialista en colosales obras de madera pretende ser un homenaje al arte, los mitos, la naturaleza y a los propios orígenes: los agotes, aquel misterioso colectivo de personas, maltratadas por la historia, acusadas de ser brujos, leprosos y cosas peores. Santxotena es agote. Y a mucha honra.

El sol está casi en su punto más alto cuando escuchamos la cadena de la verja de la entrada al Parque Museo Santxotena. Hoy tenemos el privilegio de que Jontxu nos abrirá el recinto solo para nosotros. Antes de comenzar a pasear, un vídeo nos habla del origen desconocido de los agotes, uno de esos pueblos malditos que, como dice Jontxu, es «la misma historia de siempre: los de arriba pisando a los de abajo». Como los chuetas de Mallorca, los maragatos de Léon, los vaqueiros de alzada en Asturias o los pasiegos de Cantabria.

Los agotes vivían en las áreas apartadas de los valles del Roncal y el Baztán de Navarra, en Guipúzcoa, en el País Vasco francés y algunos municipios de Aragón. Eran artesanos de la madera, maestros constructores y artistas del hierro y de la piedra. En la localidad de Arizcun los obligaron a establecerse en el barrio de Bozate, en las afueras. No podían tener tierras, ni casarse con otras personas que no fueran agotes; no podían tocar a los animales, puesto que se suponían que transmitían enfermedades; se decía de ellos que eran herejes, leprosos, que si pisaban la hierba esta no volvía a crecer; se les prohibía cortar leña, pescar, estaban obligados a vestir de manera diferente y tocar una campanilla a su paso, para que los genuinos señores del valle se pudieran apartar a tiempo y no rozarse.

Xixilu, mueble típico de una casa agote que puede visitarse en Bozate.

En la iglesia debían sentarse en un lugar marcado para ellos, concretamente debajo del coro. Entraban por una puerta especial, más pequeña, que les obligaba a inclinar sus cabezas. Tenían una pila bautismal diferente y no se enterraban en el cementerio común, de tierra santa. Su lugar era junto a niños muertos sin bautizar; con nonatos, prostitutas y suicidas. Y si querían comulgar tenían su propio cuenco, hecho de madera. No se merecían nada más. Ni siquiera unos apellidos. Hasta el siglo XVIII, todo el que nacía en este gueto recibía como apellido la misma palabra: «agote».

Escultura de Xabier Santxotena.

Jontxu lo tiene claro: no eran leprosos reales, sino espirituales. «No cuadra el sitio donde los establecieron, no parece que sea el mejor lugar para una leprosería». Los datos más bien remiten a una especie de castigo por ser diferentes. Quizás eran una comunidad no cristianizada; quizás eran musulmanes a los que se les habría perdonado la vida a cambio de convertirse al cristianismo; quizás eran cátaros, aunque no está claro nada de nada.

Lo que sí es evidente es que los habitantes de Bozate no pudieron sacudirse el complejo de ser agote hasta mediados del siglo XX. Fue en 1954, cuando llegó al pueblo un sacerdote joven, de mente abierta y más sentido común. Observó la puerta chiquita que tenía la iglesia, y al enterarse de la historia, insistió en que debía tapiarse. Así fue como comenzó una igualdad que en Francia se había iniciado muchos años antes.

Paseando por el barrio de Bozate, Arizcun.

Con todo, ser considerados ciudadanos de pleno derecho y estar orgulloso de tu origen son cosas bien distintas. Hubo muchos niños de entonces que fueron señalados por los otros. Esos niños se convirtieron en abuelos, y de su pasado no querían saber nada.

Entonces actualmente, ¿qué ha sido de los agotes? Pues si algún curioso visitante que vaga por el barrio le pregunta a algún vecino por el tema, puede que respondan de mala gana que ya no queda ningún agote en Bozate, que todos se fueron a Madrid. No es mentira del todo, ya que en el siglo XVIII Juan de Goyeneche se llevó a muchos agotes a trabajar a una población cerca de Madrid a la que llamó Nuevo Baztán, donde también había familias castellanas, flamencas y portuguesas. Pero muchos de ellos acabaron regresando a su lugar de origen.

Eguzkilore es la flor del cardo silvestre, que es común encontrar en la puerta de las casas navarras. Ahuyenta a los espíritus e impide la entrada a las brujas.

Los descendientes de esta comunidad que tanto luchó por ser considerados unos ciudadanos más de Arizcun continúan haciendo vida normal en Bozate. Pero hay que llegar allí con mentalidad de observador, más que de turista. Y esto supone ser discretos, no hacer demasiadas fotos, no preguntarles por aspectos de su vida con los que no estén cómodos. Ya es un regalo que nos dejen pasear por sus calles, antaño barrio obrero de artesanos de la madera y la piedra que lo mismo te hacían aperos de labranza que muebles para la casa de los señores -en este caso, el que más se benefició de ellos fue Pedro de Ursúa, el señor feudal-. Nos abren una vivienda típica agote, con su cálida cocina, su taller de madera, sus pequeñas camas y cunitas y su eguzkilore velando en la puerta -la flor del cardo-, que los protege de todos los males.

El escultor Xabier Santxotena -discípulo de Jorge Oteiza, por cierto- ha sido de los primeros en poner en valor este pasado, y sobre todo el que lo ha gritado más fuerte. Su libro El orgullo de ser agote -escrito junto a Josu Legarreta Bilbao– es, sin duda, toda una declaración de intenciones.

Escultura de Xabier Santxotena. Foto: Pablo Domínguez-Palacios Carbonero.

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El artesano de Estella que espanta a las brujas con sus tablas de luz

Carmelo Boneta, de 79 años, regenta un taller de madera y piezas etnográficas en el que se pueden encontrar bastones para los peregrinos del Camino de Santiago, argizaiolas y kutxas, entre otros muchos objetos. Está declarado «lugar de interés cultural».

Si te gustan las historias que hay detrás de una pieza artesanal, de un taller con olor a madera y a cera y con suelo antiguo; si tu curiosidad va más allá de visitar los monumentos de Estella… entonces encamina tus pasos hacia la calle Rúa, junto al río Ebro y el Puente de la Cárcel, y allí encontrarás un taller abierto al público, declarado lugar de interés cultural y en el que atiende aún a los visitantes Carmelo Boneta, con toda una historia detrás.

Carmelo sale de la oscuridad en cuanto nos escucha hablar. Nos explica las diferentes piezas que ha ido atesorando a lo largo de una trayectoria que comienza hace más de 60 años. Es un apasionado del oficio, que ha mamado desde pequeño. Con solo 19 años se estableció por su cuenta, decidido a ofrecer al visitante piezas de artesanía de calidad e históricas. Quiere recuperar el patrimonio de Estella. No quiere ni oír hablar de souvenirs.

Durante años, el peregrino que pasaba por Estella haciendo el Camino de Santiago fue su mejor publicidad. Le compraban cientos de bordones, se interesaban por su trabajo, conversaban. Ahora prefieren comprarlos en tiendas kitsch que carecen de personalidad y de ánima.

Entre sus tallas estrella se encuentran las argizaiolas o tablas de luz (también conocidas en castellano como cerillero de difuntos). Son unas piezas interesantísimas, capaces de ahuyentar a las brujas en la época medieval y que, tras su cristianización, se continuaron usando en el norte de Navarra y en toda Euskal Herria como parte del rito y el culto a los muertos. De hecho, su uso era común hasta la segunda mitad del siglo XX, y aún se encienden durante la noche de los Difuntos.

Algunas tablillas tienen forma antropomórfica (dice Carmelo que para simular la forma de la bruja); más adelante era la forma del difunto al que se le quería guiar hasta la luz. También se encendían cuando se moría alguien y, una vez que se acababa la vela, se consideraba que la viuda ya había cumplido el luto. «¿Os han explicado todo eso en la Oficina de Turismo?», pregunta, insistente. Nos miramos confusos: entre tanta información ya no estamos seguros de lo que nos han dicho allí o hemos leído o ignoramos. Nuestra duda parece complacerle: «Es que son demasiado cristianos…», bromea.

A él le gusta explicar toda esa mitología e historias del folklore de la Navarra ancestral. Y esa fijación le ha granjeado algún episodio desagradable, como cuando le vino a visitar al taller un cura del Opus que le espetó: «Pero usted no creerá en las brujas, ¿verdad?». A lo que Carmelo respondió, todo tranquilo: «yo creo en lo que no veo. Exactamente como vosotros». Es de suponer que el sacerdote no se fue muy contento del lugar, puesto que lo amenazó con excomulgarlo.

A Carmelo le han querido comprar el local para instalar una de esas tiendas de recuerdos falsos. Él casi echa al interesado a patadas; mientras le queden fuerzas, seguirá luchando por conservar el patrimonio de su patria chica, y contando sus batallas a quien las quiera escuchar.

Detalle de la puerta de la iglesia San Pedro de la Rúa, declarada BIC y especialmente interesante por su claustro románico.

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Bardenas Reales, un desierto para los últimos pastores de Navarra

En el sureste de la comunidad foral existe un territorio de 41.845 hectáreas, un parque natural Reserva de la Biosfera por la que transita la cabaña ganadera cada otoño e invierno, que ha sido escenario de películas y series como «Juego de Tronos».

Debe de ser espectacular escuchar en vivo el disparo anunciador de la entrada de pastores y rebaños a la Bardena en el término «El Paso». Es todo un acontecimiento alrededor del cual tienen lugar charlas, degustaciones, actuaciones de gaiteros, talleres y mercadillos. Nosotros no pudimos vivir esta fiesta, ya que se produce a mediados de septiembre. En cambio, hemos elegido un caluroso mes de julio, con la amenaza de la Dana vaticinando tormentas horribles en todos los televisores.

En Cascante, donde nos alojábamos, los parroquianos de los bares del pueblo desayunaban pintxos de tortilla mientras la tele no paraba de parlotear. De vez en cuando alzaban sus cabezas y escuchaban algo que les llamaba la atención. Luego, de nuevo, se sumergían en una conversación sin trascendencia, pero sumamente importante para mantener ese espíritu de pueblo pequeño y seguro. De hogar. con gente sencilla como Maica, que se desvive por los clientes de su Casa Pinilla -de 500 años, tres plantas y fabuloso portón- o Fernando, que cada día encuentras en El lechuguero y que se hizo amigo de nuestro niño.

Entramos en las Bardenas Reales haciendo la ruta fácil de dos horas en coche. La Dana había dejado otros caminos enfangados, así que nos dispusimos a hacer un recorrido circular con el que pudimos ver los principales puntos de interés del área llamada la Bardena Blanca.

Muy poco turismo. ¿Quién se va a acercar en pleno mes de julio a un desierto? Solo nosotros, amantes de estos paisajes de ciencia ficción, estampas marcianas que estimulan nuestra imaginación y nos hacen recordar escenas de Juego de Tronos: esa Daenerys, madre de dragones, caminando esposada en medio de una horda de dothrakis, mientras de fondo se ven las formaciones rocosas, extendiéndose hacia el horizonte como una espina dorsal, como un dragón dormido.

En la Balsa de las Cortinas, los dothrakis montaron su campamento. Divisar un poco de agua -e incluso de vegetación- en esta tierra tan inhóspita siempre sorprende, aunque los mapas te avisen de que está ahí, a la vuelta de la curva.

No vimos ningún animal. Ni buitres, ni avutardas, ni búhos ni alimoches. Normal. Solo lagartijas que se apartaban, molestas, cuando les interrumpías sus baños de sol. Subir una colina de estas formaciones caprichosas, creadas a base de arcillasyesos y areniscas erosionadas por el agua y el viento, es una actividad para tomársela con calma. Pero después, en la cima, puedes ver el paisaje en toda su plenitud. La tierra rojiza y parda que se pliega. Las rocas que recrean formas sorprendentes. La famosa formación Castildetierra, un pináculo que los geológos bautizan también como «chimenea de las hadas».

bardenas reales

Si subes hasta arriba, desde el silencio de tu posición privilegiada en las alturas puedes imaginarte tantas escenas… Las Bardenas como coto de caza de los reyes de Navarra; las Bardenas como espacio natural protegido donde las cámaras vigilan los nidos como un Gran Hermano de las aves; las Bardenas como set de rodaje; o las Bardenas como campo de maniobras -en tu recorrido pasas por el Polígono de Tiro, zona militar destinada a prácticas de tiro que evidentemente queda prohibida al público-.

Dice Ander Izaguirre en su delicioso libro Cuidadores de mundos que un pastor una vez se coló sin querer en la zona prohibida, y que asistió, estupefacto, a una estampida de ovejas que corrían como locas entre los disparos de los aviones. El piloto llamó a la base: «¡Que el blanco se mueve, que el blanco se mueve!». Anécdotas que pasan en escenarios insólitos como este, que son capaces de aunar realidad y ficción y conquistarte con cualquiera de ellas.

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