Espui, entre el abandono y la quimera

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No sé por qué al regresar a Espui me vino a la mente el poema de Cernuda que comienza:  ¿Volver? Vuelva el que tenga, / tras largos años, tras un largo viaje, / cansancio del camino y la codicia / de su tierra, su casa, sus amigos, / del amor que al regreso fiel le espere.

Guardaba un recuerdo muy bello e íntimo de la primera vez que visité este pueblecito de la Vall Fosca, en la provincia de Lleida; un lugar bucólico, encerrado en el Pirineo más auténtico y protegido del turismo de masas, hasta que en los tiempos del ladrillo sucumbió al encantamiento del burbuja inmobiliaria. Pero luego llegó la crisis y Espui se salvó -para bien o para mal, el tiempo lo dirá- del mayor cambio de su historia. Los apartamentos de lujo descolgaron el cartel “se vende”, la constructora colgó los suyos -“suspensión de pagos”- y el campo de golf se quedó para pasto de las bestias. La mega-estación de esquí tendrá que esperar.

Han pasado cinco años desde que se paralizaron las obras, y sentía curiosidad por saber en qué había cambiado este lugar, en el que viven actualmente alrededor de veinte personas. Lo recordaba tranquilo y en paz; una hipérbole muda en medio del silencio de las montañas. Un pueblo que olía a madera mojada y a lluvia fresca; que sonaba a riachuelo y te desafiaba a recorrer sus calles estrechas y empinadas mientras a tus pies pastaban las vacas.

En aquella primera ocasión nos quedamos a dormir en Casa Gepa, la casa de tía Nuri, a la que fuimos a buscar a Pobla para que nos diera las llaves. Pareció sorprendida, pero estaba contenta de que le hiciéramos compañía a la vieja casita de su familia. Era invierno, pero no nevaba. Traspasé el umbral y pensé que me moriría de frío, pero en seguida el fuego que prendió en la chimenea animó los corazones. Recuerdo que conseguimos calentar la cena en la rústica lumbre y que me fui a la cama con la sensación de que estaba cometiendo un sacrilegio. ¡La de historias que tendrían aquellas paredes! Me moría por conocerlas.

A la mañana siguiente me desperté con música clásica que no lograba identificar. “¿Estaré soñando?”, pensé, pero no, no, era un vecino que había puesto a todo volumen una grabación de nadales antiguas, unas canciones populares catalanas que sonaban a época medieval. Abrí la ventana y las voces se desparramaron por la habitación y la casa, llenándolo todo. Fue un momento precioso. El pueblo, que la noche anterior había permanecido callado como si estuviera abandonado, nos gritaba hoy que estaba vivo.

Cantaba Cernuda en el poema las bondades de no volver a un mismo lugar si no es para reconciliarte con tus raíces, con tu familia o con un gran amor. Yo quería volver para ver si mi recuerdo era real o imaginado. Pero tenía miedo de que se desvaneciera.

Afortunadamente, Espui seguía siendo un susurro delicioso: una pintura hiperrealista de casas vacías, calles pulcrísimas, un bar con veinte potenciales clientes y huertos como de exposición. Durante nuestra vueltecita sólo nos cruzamos con una persona, el tío Armand, el alcalde. Nos envió a comer al Hostal Montseny, que abrió para nosotros, y lo dejamos allí de pie junto a su hogar, Casa Còfia, sin mucho que hacer pero feliz por ello. Pensé que Espui era como los pueblecitos típicos de los belenes, tan sencillos y perfectos… Y eso a pesar de que ya desde el cruce de entrada pueda verse el legado del sueño que pudo ser y no fue, y que quizás será algún día. Todavía hay apartamentos a medio construir que exhiben impúdicamente sus entrañas, sus herrumbres abandonadas y grandes dormitorios hormigonados. Como en un irónico encantamiento que ha acabado antes de que las calabazas se conviertan en carrozas.

1 comentario

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Una respuesta a “Espui, entre el abandono y la quimera

  1. Conxita

    Nuestra querida periodista nos muestra facetas del Pirineo que con la poesia que ella le imprime, ganan en calidad y calidez. Gracias por ello.

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